“POR QUE TE QUIERO, TE APORRÉO”
La clases pudientes, las élites, los dirigentes de Colombia son
testigos directos y de excepción de lo que es una buena vida, de lo que es tener
una existencia sin preocupaciones mayores a los problemas cotidianos de un ser
vivo; y a la par son los directos responsables y culpables de la mala
existencia que se lleva en nuestro país, pues por mantener sus privilegios y no
hacer una más justa repartición de la riqueza han llenado de necesidades y de erráticos
caminos a sus coterráneos, violentando la forma de vivir.
Ellos que son testigos directos de cómo viven
en otras partes del mundo ya que tienen, pueden, y lo hacen continuamente,
viajar al extranjero donde, por solo citar a dos de los países vecinos, Ecuador
y Panamá, pueden darse cuenta fácilmente del clima de tranquilidad con que se
vive en esas sociedades, con problemas, claro que sí, pero los manejan y los solucionan
de manera más civilizada, por lo que disfrutan de un ambiente más distensionado,
con el que coexisten en paz sus habitantes.
Nosotros,
mi señora y yo, después de trabajar y ahorrar por mucho tiempo hemos podido,
al fin, viajar al extranjero, y con ello ser testigos, también de excepción, de
cómo allí en esos países que damos como ejemplo, viven en otro mundo, muy
diferente al violento que nos tienen acostumbrados en Colombia, viven sin la
zozobra o la preocupación, que por solo pensar diferente por ejemplo, por ello
puedan llegar a ser estigmatizados o hasta violentados.
Muy contrario a lo que ocurre en Colombia,
donde vivimos como perros y gatos, permanentemente enfrentados entre todos,
desconfiando de todos, donde vivimos odiándonos entre hermanos y que estamos
enfermos por el desamor que nos tenemos entre todos.
Aquí
aplicamos, a la máxima potencia, la expresión de aquel refrán popular que dice que
”porque te quiero, te aporréo”; es tanta la desconfianza en la que vivimos, que
nuestros mayores representantes, como los políticos o la dirigencia en general,
no creen en nosotros sus conciudadanos y
nos tratan a las patadas, y nosotros, los dirigidos, los despreciados, los
desconfiados, no creemos en casi nada, no creemos en las autoridades, ni en la
justicia, ni en las clases dirigentes, aquí por todo esto ya no creemos ni en
Dios, y si lo llegamos hacer, solo estamos a la espera que haga el milagro de
amistarnos, que es lo que no podemos hacer como humanos.
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