A NUESTROS GENES
El ser humano viene
acumulando demasiadas taras psicológicas, que con el paso del tiempo se van arraigando
en la profundidad de los genes de nuestra especie, allá donde nadie ha estado,
y luego éstas se manifiestan a manera de desórdenes éticos donde la razón no
encuentra espacio.
Arrumasamos experiencias para transformarlas en
conocimientos pero aun así somos capaces de feriar la vida por una idea
equivocada, de rifar la realidad de todos por los sueños idealizados de unos
pocos, donde en ellos, como individuos, no valemos nada y como sociedad valemos
menos.
Mientras tanto, ante lo decepcionante que es así la vida, la creencia en
los dioses y sus reinos va en aumento, en contravía de la ciencia, lo que desemboca
en millones de seres humanos, que como rebaños van aceptando sin protesta las
normas que dicen que el derecho de vivir feliz depende de las leyes del
mercado, así lo predican los papistas y los mojigatos, que una caída de un punto en las acciones de una empresa en la bolsa
de Toronto puede ser la causa por la que esos mismos millones, y los otros,
dejan de comer o incluso de vivir.
En eternas discusiones, que empezaron desde
cuando éramos simios, hemos mantenido los principios que como raza nos han
llevado al precipicio actual, este donde está en duda el futuro general, el de
todas las especies y la Tierra en especial.
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