La huella de un río como ejemplo del desvarío general.
La ciudad de Cali está atravesada por una herida abierta y
lacerante, de ella expelen olores nauseabundos y penetrantes, es una herida
impresionante de la que emanan viscosidades purulentas, esta se parece a una
llaga fresca y repugnante en la carne de un moribundo suplicante, a la que muy
pocos consideran insultante, ni les interesa.
¡Pero
esa herida putrefacta fue en el pasado un hermoso río!, ¿quién se acuerda?
Hoy que de él solo quedan testimonios de generaciones precedentes,
antiguos relatos de los que fueron sus charcos, con raídas y amarillas fotos de
sus mejores pozos; recuerdos que son los últimos momentos de los torrentes
tumultuosos de antaño, cuando aún los Farallones, como sus cerros tutelares, le
servían de esponja a lo que se llamaba río, he aquí una palabra sin significado
ni sentido, de la que tristemente solo quedan el cauce, el nombre y los chorros
de las alcantarillas que con sus aguas negras lo alimentan cada día.
Mientras tanto, los
habitantes de Cali, que vagamos por sus calles como zombis, actuando como
tales, nos comportamos como fantasmas, sin almas, en pena, sin que de nuestras
bocas nunca salga una queja, menos una condena por este cruel asesinato
ambiental, es una tremenda paradoja, que estemos mudos en plena era de las comunicaciones.
Es de una cándida inocencia, o estamos actuando como los más atrevidos
ignorantes, que consideremos, creyéndola una idea brillante, que al no ser
actores activos de las decisiones que definen nuestro destino, nos conformemos
con ser espectadores pasivos de su deterioro, asumiendo así que es ese el mejor camino para nuestras
inanes acciones, sin vislumbrar, ni siquiera por un segundo, que ésa es la clave
de nuestro desvarío, pues ésa es la llave que les damos a los violadores de
nuestro pequeño mundo, aquellos pocos que son parte de un clan de ladrones del
futuro de la Tierra, personajes de cuello blanco o sangrante, que son esos que
reclaman para ellos todo, ya sea por la alcurnia, por el miedo o el terror, por
la muerte física como estrategia o la
desaparición de las ideas como fundamento, mientras tanto nosotros, los demás, hemos
renunciado increíblemente con ello a lo que por naturaleza es un bien de todos.
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