domingo, 3 de julio de 2016

La huella de un río como ejemplo del desvarío general.

La huella de un río como ejemplo del desvarío general.

La ciudad de Cali está atravesada por una herida abierta y lacerante, de ella expelen olores nauseabundos y penetrantes, es una herida impresionante de la que emanan viscosidades purulentas, esta se parece a una llaga fresca y repugnante en la carne de un moribundo suplicante, a la que muy pocos consideran insultante, ni les interesa.                                                                                               
¡Pero esa herida putrefacta fue en el pasado un hermoso río!, ¿quién se acuerda?                                              
  Hoy que de él solo quedan testimonios de generaciones precedentes, antiguos relatos de los que fueron sus charcos, con raídas y amarillas fotos de sus mejores pozos; recuerdos que son los últimos momentos de los torrentes tumultuosos de antaño, cuando aún los Farallones, como sus cerros tutelares, le servían de esponja a lo que se llamaba río, he aquí una palabra sin significado ni sentido, de la que tristemente solo quedan el cauce, el nombre y los chorros de las alcantarillas que con sus aguas negras lo alimentan cada día.                                                                                                                                                      
 Mientras tanto, los habitantes de Cali, que vagamos por sus calles como zombis, actuando como tales, nos comportamos como fantasmas, sin almas, en pena, sin que de nuestras bocas nunca salga una queja, menos una condena por este cruel asesinato ambiental, es una tremenda paradoja, que estemos mudos en plena era de las comunicaciones.
                                                                                                                                    
Es de una cándida inocencia, o estamos actuando como los más atrevidos ignorantes, que consideremos, creyéndola una idea brillante, que al no ser actores activos de las decisiones que definen nuestro destino, nos conformemos con ser espectadores pasivos de su deterioro, asumiendo así  que es ese el mejor camino para nuestras inanes acciones, sin vislumbrar, ni siquiera por un segundo, que ésa es la clave de nuestro desvarío, pues ésa es la llave que les damos a los violadores de nuestro pequeño mundo, aquellos pocos que son parte de un clan de ladrones del futuro de la Tierra, personajes de cuello blanco o sangrante, que son esos que reclaman para ellos todo, ya sea por la alcurnia, por el miedo o el terror, por la muerte física  como estrategia o la desaparición de las ideas como fundamento, mientras tanto nosotros, los demás, hemos renunciado increíblemente con ello a lo que por naturaleza es un bien de todos.

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