UN
REFLEJO DE LA TELARAÑA HUMANA
Cuando me cruce con Luis, mi vecino, le pregunte por
preguntar, ¿buenos días vecino, cómo estás viendo las cosas?, sin esperar una
respuesta distinta a “todo bien, regular, o en ultimas, mal pero haciéndole por
los laditos”, como respondemos la mayoría para no tener que enfrentar una
conversación larga, pero resulto que Luis estaba más trascendental de lo
habitual, por lo que me respondió a esa sencilla pregunta de saludo
protocolario con más preguntas, ¿a qué cosas te referís, hermano, la economía,
la vida, el medioambiente, o qué?, algo sorprendido, solo atine a decirle que a
todo, iniciando así un extraño dialogo, que se extendió por varias horas. Finalizada aquella charla, nos dimos cuenta de
las coincidencias en nuestros conceptos, que después de más de 20 años de convivir
en el mismo Conjunto residencial no sabíamos que teníamos, lo que nos hizo
conocernos un poco más allá de los saludos diarios de los buenos días de cada
día. Las conclusiones que saco de aquel extenso
dialogo, es que como individuos, que vivimos en sociedad, no sabemos lo que
representa ni significa la palabra sociedad, y que esta, comparada a una
telaraña, se ramifica en infinidad de hilos, que al hacerle un seguimiento a
cada uno de ellos, sé descubre, al final, que se concatenan unos con otros, así,
por ejemplo, lo mismo sucede con sociedades como la bogotana, la antioqueña, la
vallecaucana, la colombiana, la suramericana, la americana, la mundial, hasta
la universal, parecen todas tan lejanas, tan distintas, pero todas se conectan;
sabemos que tenemos conexiones, que aunque parecen invisibles, allí están, pero
actuamos como si no lo supiéramos, como simples espectadores individuales, creyendo
estar desconectados de los acontecimientos diarios que suceden por millones, y sin
tener la más mínima injerencia sobre las decisiones que se toman sobre estos, para que luego, nos afecten a todos. Esta telaraña comienza con hilos
invisibles para la mayoría, pero que se generan con pequeñas acciones, pequeñas
decisiones generales, que se dejan en manos particulares con criterios
individuales, ya sea en nuestro conjunto residencial, en nuestro barrio, en nuestra
comuna, en nuestra ciudad, y así sucesivamente, esta telaraña es infinita,
pero, como dice un refrán muy popular, “no hay peor ciego que el que no quiere
ver”, lo mismo nos ocurre como seres sociales si no somos capaces de vislumbrar
aquellos hilos invisibles que nos unen a las decisiones que algunos pocos toman
a nombre de los demás. Últimamente se habla mucho que, en ésta, la era de las comunicaciones,
se están haciendo visibles estas situaciones, volviendo conscientes a los
individuos de que esta condición no se puede sostener más, que sí no actuamos
de inmediato, el futuro de la humanidad se está jugando en las mentes y en los
bolsillos de unos cuantos, que por el afán de lucrarse, están convirtiendo al
planeta Tierra en un infierno cuando no es un matadero.
Como humanos venimos creyendo
y aplicando el concepto de que somos imagen y semejanza de dios, actuamos como
individuos-dioses, vengativos y crueles como el dios católico, o como el dios musulmán,
tercos, egoístas y ciegos, o como el dios judío, materialistas y selectivos, o
de los dioses hindúes que denigran y esclavizan, y así, actuando como dioses,
llenos de soberbias, vanidades, venalidades y banalidades, hemos tratado a todo
lo que nos rodea, transformando las leyes de la vida en un simple negocio,
donde el que más gana es el más cruel, y esa no puede ser nuestra consigna ni
nuestra ruta.
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