COLOMBIA, EL PAÍS DEL SAGRADO CORAZÓN Y LAS
BUENAS INTENCIONES
Sinceramente se cansa uno de escuchar, ver, leer y de creer
en tantos anuncios y noticias que se dan en Colombia intentando mostrar una
cara de reacción inmediata al desastre ambiental con la creación de numerosos
parques naturales, con la expedición de cientos de leyes o normas ambientales
para la protección de la naturaleza, o de la difusión con las miles de campañas
publicitarias, lo más de ingeniosas o hermosas, sobre cómo ya estamos
protegiendo a la naturaleza y al medio ambiente, cuando la cruda realidad es que
las leyes del mercado, la oferta y la demanda de bienes y capitales o el
enriquecimiento personal como fundamento sobre todas las cosas, tienen más
valor o razón que las leyes de protección a la vida y la naturaleza, pues la
destrucción masiva y permanente de nuestro entorno así lo confirman, esté uno
en Cali o en Riohacha, en Leticia o Bucaramanga.
Desde el otrora hermoso valle del rio Cauca, hoy convertido
en cañaduzal, les describo la visión de lo que veo hoy; un extenso y fértil
territorio convertido en el monocultivo de la caña de azúcar, condenando con
ello, quien sabe por cuántos años más, a gran parte de los mejores suelos de
Colombia con un manejo agronómico absurdo, por la calidad de suelos que son. Estos suelos, en una sociedad más capacitada
para entenderlo, deberían ser la fuente de miles, sino millones, de empleos,
primarios para obreros rasos y especializado para personal capacitado para transformar la materia prima; ser un manantial
de alimentos, el renacer de las huertas, los frutales y las despensas de la
patria, por lo que no se debería permitir este manejo al que están siendo sometidos.
Cuando no son lavados permanentemente
con aguas de riego tomadas de los ríos súper contaminados o de los miles de
pozos que resecan los acuíferos, son sometidos a quemas infames, pues es sabido
que este cultivo, el de la caña, necesita, para su crecimiento en campo y en el
proceso industrial, gigantescas cantidades de agua, y todo esto se empeora aún
más si a la vez se practica la terrible costumbre de las quemas antes de los cortes.
Estas siempre se han justificado porque beneficiaba a los coteros, trabajadores de campo hoy en
extinción, y porque igualmente aumentaba el nivel de sacarosa, incrementando así
la cantidad de azúcar en el tallo de la caña, pero la realidad es que con este manejo se está destruyendo
poco a poco la capa superficial de los suelos, desertizándolos y
erosionándolos, y a la vez convirtiendo a los pocos ríos que aún existen en
meros canales de riego, y a nuestras aguas subterráneas en las fuentes de donde
los ingenios azucareros toman esos recursos hídricos.
Pensaría uno, como un simple ciudadano o como un
iluso, que esta agroindustria está realizando acciones concretas para proteger
a los habitantes de la región y a la vez para proteger y mantener los ríos y
demás fuentes hídricas de su negocio, sin embargo, aquí en el Valle, no se sabe
ni se conoce de ningún proyecto a gran escala, que sea liderado por la
industria azucarera y menos por el Estado, que este propendiendo por la
protección y conservación de las cuencas hidrográficas de los ríos de la
región, que con el paso inclemente del tiempo y de este absurdo manejo, son
cada vez menos. Somos
un país de muy buenas intenciones pero sin soluciones concretas, y para
completar la inoperancia, pensamos que consagrándonos al “sagrado corazón de
Jesús” logramos el milagro de hacer lo que no podemos con la lógica de actuar
bien.
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