sábado, 25 de junio de 2016

COLOMBIA, EL PAÍS DEL SAGRADO CORAZÓN Y LAS BUENAS INTENCIONES

COLOMBIA, EL PAÍS DEL SAGRADO CORAZÓN Y LAS BUENAS INTENCIONES

Sinceramente se cansa uno de escuchar, ver, leer y de creer en tantos anuncios y noticias que se dan en Colombia intentando mostrar una cara de reacción inmediata al desastre ambiental con la creación de numerosos parques naturales, con la expedición de cientos de leyes o normas ambientales para la protección de la naturaleza, o de la difusión con las miles de campañas publicitarias, lo más de ingeniosas o hermosas, sobre cómo ya estamos protegiendo a la naturaleza y al medio ambiente, cuando la cruda realidad es que las leyes del mercado, la oferta y la demanda de bienes y capitales o el enriquecimiento personal como fundamento sobre todas las cosas, tienen más valor o razón que las leyes de protección a la vida y la naturaleza, pues la destrucción masiva y permanente de nuestro entorno así lo confirman, esté uno en Cali o en Riohacha, en Leticia o Bucaramanga.
Desde el otrora hermoso valle del rio Cauca, hoy convertido en cañaduzal, les describo la visión de lo que veo hoy; un extenso y fértil territorio convertido en el monocultivo de la caña de azúcar, condenando con ello, quien sabe por cuántos años más, a gran parte de los mejores suelos de Colombia con un manejo agronómico absurdo, por la calidad de suelos que son.  Estos suelos, en una sociedad más capacitada para entenderlo, deberían ser la fuente de miles, sino millones, de empleos, primarios para obreros rasos y especializado para personal capacitado para  transformar la materia prima; ser un manantial de alimentos, el renacer de las huertas, los frutales y las despensas de la patria, por lo que no se debería permitir este manejo al que están siendo sometidos.  Cuando no son lavados permanentemente con aguas de riego tomadas de los ríos súper contaminados o de los miles de pozos que resecan los acuíferos, son sometidos a quemas infames, pues es sabido que este cultivo, el de la caña, necesita, para su crecimiento en campo y en el proceso industrial, gigantescas cantidades de agua, y todo esto se empeora aún más si a la vez se practica la terrible costumbre de las quemas antes de los cortes.                                 Estas siempre se han  justificado porque beneficiaba a los coteros, trabajadores de campo hoy en extinción, y porque igualmente aumentaba el nivel de sacarosa, incrementando así la cantidad de azúcar en el tallo de la caña, pero la realidad es que con este manejo se está destruyendo poco a poco la capa superficial de los suelos, desertizándolos y erosionándolos, y a la vez convirtiendo a los pocos ríos que aún existen en meros canales de riego, y a nuestras aguas subterráneas en las fuentes de donde los ingenios azucareros toman esos recursos hídricos.
Pensaría uno, como un simple ciudadano o como un iluso, que esta agroindustria está realizando acciones concretas para proteger a los habitantes de la región y a la vez para proteger y mantener los ríos y demás fuentes hídricas de su negocio, sin embargo, aquí en el Valle, no se sabe ni se conoce de ningún proyecto a gran escala, que sea liderado por la industria azucarera y menos por el Estado, que este propendiendo por la protección y conservación de las cuencas hidrográficas de los ríos de la región, que con el paso inclemente del tiempo y de este absurdo manejo, son cada vez menos.             Somos un país de muy buenas intenciones pero sin soluciones concretas, y para completar la inoperancia, pensamos que consagrándonos al “sagrado corazón de Jesús” logramos el milagro de hacer lo que no podemos con la lógica de actuar bien.

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