UN AMBIGUO CONCEPTO DE LA MUERTE
La muerte no es
precedente de nada finito, es apenas la prolongación del infinito universal,
ese lugar desconocido y despreciado donde la nada general se alimenta de las
almas individuales, organismos que son estructuras metafísicas, invisibles y
moldeables, construidas con base en personajes inseguros que se llenan de motivos
personales para desconectarse de la realidad a fin de perseguir una ilusión,
abstracta de por sí, que se engulle en
ese intento a un gigantesco ejército de irresolutos, de incapaces, conformado
por millones de individuos temerosos de sí mismos y que han sido convencidos
que por serlo nada valen.
Es por esto que, cuando el sentido de la
buena vida está perdido en un marasmo de buenas intenciones y de malas ejecuciones
de nosotros los humanos, hemos creado con este intento un monstruo horroroso, uno
que está escrito en nuestra sangre con códigos, decretos, normas y leyes sigilosas
y tenebrosas, plasmadas en libros que decimos son sagrados. Paralelo
a esto nos hemos desarrollado como sociedades pero, ambiguamente, en conjunto actuamos
como individuos ciegos de egoísmos, haciendo una pésima imitación de malabarismo
existencial con una falsa creación donde decidimos ser una imagen exacta de
Dios, ese sagrado personaje para muchos, pero que para desgracia de todos los
demás siempre ha sido sinónimo de destrucción así lo pretendamos justificar
como lo más grande de la creación; y es entonces que a partir de esto edificamos
un concepto que volvimos sueños irrealizables, mientras tanto con tantas
utopías y falsas ambrosias la verdadera vida se extingue en proyectos
desastrosos y en realidades miserables.
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