LAS PESTES
Una peste misteriosa
y sigilosa se expande por doquier, y con ella la humanidad se extingue sin
querer. Gloriosos
profetas, indilgando culpas a diestra y siniestra, le gritan a la gente por los
pecados que cometen diariamente, como si fueran estos pecados, los de estos pobres
infelices, la fuente de esta purulenta peste. Con
cada milésima de segundo que pasa, la muerte, madre de la peste, explota en
cualquier parte de este mundo, llevándose con ella millones de seres vivos, que
se creían inmunes o ajenos a ella. Mientras
tanto, hay humanos que miran con desprecio la evolución natural de esos seres invisibles,
reconociendo todos, sin pensarlo ni quererlo, que en ese desprecio permanente
está el secreto donde se pierde el esfuerzo universal por llegar a la ciencia y
al conocimiento que enderece este mal camino. Ignoramos que, con estos acontecimientos, seguiremos
suponiendo torpemente que ante la eminente hecatombe ambiental que nos tiene al
borde del final, y actuando como en un cómic
muy jocoso, tendremos el amparo de los Dioses poderosos, esos que son imaginados
por tantos y que nunca ha sido solución para nadie, dejándonos así en las manos
de esta ruleta rusa, la de una nada existencial para el futuro general; importarnos un carajo que con estas posiciones
se corrompan o erosionen las bases de la vida en general, y que ante el mortal
ataque que comandan las ficciones que propagan las religiones, organismos vivos
más letales que los microscópicos virus, seremos inmunes a los horrores que parimos
y que prolongamos por siempre.
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