PEQUEÑOS ERRORES
Un día cualquiera conocí a un extraño
ser, que con una inmensa sonrisa desarmaba la intención rabiosa y violenta de
cualquiera.
Aquel espíritu burlón se alegró un
día, pues conoció a una hermosa mujer; concibió que en la imagen de esa mujer
estaba la paz que con ahincó buscaba.
La llamó y ella se acercó, la
toco y ella le correspondió, se besaron y todo culminó en el acto máximo de
amor, revolcándose en las sabanas de un mundo libidinoso y crudo, razón de
sentimientos, principios eternos de muchos conceptos, donde el hombre escampa a
su mundano devenir.
El sopor, después de tantas
emociones, los desbordó; impregnó los impulsos internos donde ambos, cansados,
amados, amodorrados, se fundieron en un vasto abrazo, para luego despertar y en
ello comprender que entre los dos no había más razón de estar juntos que
aquella emoción desbocada, la que la noche anterior los había unido en esta
loca pasión de los sentidos.
Después todo volvió a ser lo
mismo que antes, se despidieron con un beso en la mejilla y con la promesa
falsa de volverse a encontrar de nuevo algún día, aunque ambos, en el fondo,
comprendían que ese día nunca llegaría a suceder, todo había sido cuestión de
tragos, una momentánea locura, quizás todo esto ocurrió, como dicen por ahí,
porque el estrés algunas veces nos hace descarriar cuando nos vence la rutina.
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