OVILLOS DE RECUERDOS
De las
cenizas de los recuerdos, para bien o para mal, nacen sentimientos que se van
fundiendo en las ideas y pensamientos de los humanos.
Lo que
ya fue clama por volver a ser, lo que no ha sido pide a gritos ser parte de
nuestros destinos, y así, entre la tensión de la emoción de ser y no ser nada,
giran las vidas de los hombres y mujeres en esta tierra destruida.
El
tiempo, que es la esencia de los dioses, que inventamos para ampararnos del
vacío de la muerte, o subyugarnos y aterrarnos en los fragores de la vida, es
implacable con todos, no se detiene por un segundo terrenal, ni siquiera para
pensar, y quien quiera recordar a alguien que ya haya existido, debe detener su
mundo, para en él, por ese instante, de su parte, brindar su propio homenaje, para
así seguir una tradición y no exponerse a correr el riesgo de no existir en los
sentimientos ni en los pensamientos de nadie.
Porque
los recuerdos de los que han partido no terminan ni cuando hayamos muerto, ya que
aquí, en los instantes de gloriosa vida, con garabatos, como este escrito, los
demás intentamos mantener la estela de los recuerdos de aquellos predecesores
que ayudaron a hilar estos recuerdos nuestros.
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