LAS FLORES DE UNA PESADILLA
La hipocresía que está rampante, ya no es aquella tenue flor
de un solo día, hoy es el motor con el que trabajamos nuestras vidas. El reconocer la verdad, como la
razón de ser o existir, se ha convertido en el mayor dilema de entender para
cualquiera, porque los que con la verdad lleguen como estandarte están expuestos
a perder, desde la vida hasta el corazón, sin atenuantes, pues al no ser capaces
de vislumbrar, o comprender, que ella ya no es importante, le están dando las
armas a los contrincantes, que son aquellos seres que utilizan la mentira como el
principal argumento de sus vidas, y así dejan en manos de aquellos que hagan
con ellos lo que les venga en gana.
Dicen que la humanidad hoy vive más y es más
segura que nunca, y que también hoy somos más felices que esas perdices de
antes, cuando existían, que matábamos por millones en los bordes de los bosques
y cañaverales, y que ahora solo conocemos en películas o en fotografías.
Esas
tierras salvajes, aquellas que antes eran de todos, eriales o baldíos, ya hoy
tienen dueños, y en ellas, la vida se debate entre el valor y la razón de ser
de cada quien, esperando el momento preciso, antes del fin, que la ilusión de
vivir sea el sueño perdido de todos, pues en estos confines del universo, donde
aún se baten en duelo miles de dioses, sean estos falsos o verdaderos, estos
están empeñados en conducirnos, sin afán, a los miles de funerales diarios,
donde vemos desaparecer a las demás especies, aquellas que desaparecen al mismo
ritmo con que nosotros evolucionamos a lo que somos hoy, mercaderes de la vida,
razón para tenerlos como meras mercancías, esperando al mejor postor, así nos
cueste a todos la esperanza y la vida.
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