POLVO DE ESTRELLAS
Al
mirar a través del prisma de los recuerdos de la vida, los que han muerto han dejado un reflejo
que hace parte del brillo iridiscente que significa vivir y gozar una buena
vida, la misma que se regodeo al tenerlos, y ahora al recordarlos.
Por eso no podemos olvidar que somos efímeros instantes de vida en el
eterno tiempo del universo, luego valemos por los recuerdos que se incrusten en
las emociones de cada neurona humana que pueda y quiera así reconocerlo, y es
aquí donde últimamente la explosión de los mismos recuerdos nos ha llevado a
muchos a extrañarles y añorarles, transformando ese sentimiento en la marca
imborrable de lo que fueron en vida, unas personas extraordinarias y maravillosas.
Después,
dicen que es normal que con el paso de los años la memoria universal se vaya
debilitando y con ella los recuerdos individuales se van evaporando, así hasta
ahora lo habíamos creído los descendientes de este presente, insensato e indolente, convencidos que
por ello se perderían sus recuerdos más trascendentes, más candentes, sus
vivencias prominentes, sin reconocernos que en nosotros mismos está la esencia,
esa misma que cada quien con el tiempo ira heredando en los hijos y estos en
sus otros hijos, perpetuándonos así por los siglos de los siglos que han de seguir.
Por eso son tan sorpresivas e inesperadas sus
partidas, que en el mismo segundo que ocurren no parecen que hayan muerto, es
como si de repente, allí sentados o acostados dónde estaban, durmieran o
entraran en profundos sueños para luego, felizmente o torpemente, comprender
que han partido en ese pugnaz instante, transformando sus energías en las veloces
centellas que hoy vuelan raudas y en compañía por todo el universo, ya que
estamos convencidos que se han encontrado con los que ya habían partido antes,
para ser también como ellos polvo de estrellas, de esas que alumbran el
firmamento de los que les conocimos, de los que les amamos y quisimos, de los
que nunca los olvidaremos.
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