miércoles, 31 de agosto de 2016

EL GATOPARDISMO COLOMBIANO, O EL JUEGO DE DIVIDIR PARA COSECHAR DEL CAOS

EL GATOPARDISMO COLOMBIANO, O EL JUEGO DE DIVIDIR PARA COSECHAR DEL CAOS

En una sociedad como la nuestra (suponiendo que en Colombia esta exista como tal y que sea una sola, uniforme y no de regiones), que posee como la principal característica (para bien en ciertas pocas cosas o para mal en todas las demás), la división, la mala memoria o la capacidad de olvidar fácilmente sus desgracias permanentes, y por consecuencia de esto su propia historia; siendo esta una de las principales razones por lo que es muy fácil que personajes mentecatos y mentirosos, casi siempre pertenecientes al establecimiento, o por decirlo de otra manera hacen parte de la aparente legalidad en que convivimos, que cuando tienen deseos de sobresalir, a cualquier costo (que por lo general ha sido para apropiarse del erario público y de los empleos que proporciona el Estado), se aprovechen de esta característica de desmemoria colectiva y por ello exploten las debilidades de esta deficiente democracia, para dividir así al poquísimo porcentaje de población votante que participa en las respectivas elecciones (no podemos dejar de soslayar el hecho que en cada proceso electoral no participan más allá de un 35% o 40% de los posibles votantes), generándose con esta alta abstención y poca participación, las divisiones aparentes que se matizan en partidos políticos, pero que en realidad son feudos personales; y al referirme a las aparentes divisiones lo digo porque entre nuestras clases dirigentes, las que en la plaza pública pregonan las divisiones irreconciliables entre el resto de la sociedad, privadamente ocurre que se casan entre ellos, jugando así con la ignorancia o inocencia del país que aún les creen o les siguen, manejándolos como si fueran parte de sus juguetes o de sus negocios particulares.                                                                                                                                                                    
 Lo mismo sucede con los desprestigiados pero necesarios partidos políticos, que al mismo tiempo que han sido cooptados por los diferentes dirigentes o representantes de las mismas castas políticas, actúan y hacen parte de la parodia, matizada de normalidad pero con una sensación permanente de zozobra, ayudando, con esta premeditada y falsa división, a dar motivos suficientes para desconfiar de los sucesivos gobiernos, de las sucesivas autoridades, que pasan sin pena ni gloria, y peor aún, sin representatividad, lo que ha validado con el tiempo, en muchos ciudadanos, la existencia de los grupos insurrectos, sean estos originados por causas políticas o delincuenciales, aquí ese detalle no nos importa mucho porque aquí da más réditos ser antisocial o delincuente, que un legal y abnegado trabajador.                                                                      

 Además, debemos agregar a este paisaje siniestro, lleno de ilegalidades, que aquí el ejemplo cala y cunde, por lo que el comportamiento ético y moral de la dirigencia nacional, nuestras élites, es patente de corso para que el delito y la corrupción sean vistas por todos los demás actores de la sociedad como una forma normal de actuar, pues ha sido común verlos enredados y aliados con todo tipo de mafias y delincuentes, en su afán de buscar la riqueza personal como símbolo del éxito individual.
Por eso, para referirme a las circunstancias actuales, cuando se tiene a boca de jarro un acuerdo histórico con uno de los más importantes grupos delincuenciales, con el que dejara su accionar delictivo, puede que sea cierto que el acuerdo tenga muchas cosas malas, pero mucho más cierto es que esto es preferible al buen pleito que plantean los enemigos de esta negociación, olvidándose que ha sido uno de los dos más representativos grupos de la variada y permanente subversión colombiana, si no el más importante, por lo que no podemos dejar de recordar que en nuestra historia han ocurrido muchos de estos incidentes y pleitos entre algunos de nuestros dirigentes políticos,  porque así fue en su momento entre Bolívar y Santander cuando se jugaba el futuro la nueva nación en ciernes, o entre Mosquera y Obando cuando se gestaba su consolidación, o entre Gómez y Gaitán cuando buscábamos y conocíamos otros caminos, o entre Lleras  Restrepo y Pastrana papá cuando empezábamos a pensar distinto y a ver otros ejemplos en el mundo, por solo mencionar algunos casos, pero recalcando con esto que lo que está pasando entre el presidente Santos y el expresidente Uribe no deja de ser otra de las tantas amañadas artimañas y peleas, que lo que buscan es aparentar diferencias entre los políticos, que son los mismos que dominan a su antojo a los aparentes partidos políticos, que crean a sus conveniencias y así hacen entre los colombianos, para mantener los privilegios del “statu quo” y que todo siga igual por más cambios que aparenten hacer, es igual a la trama que Giuseppe Lampedusa esgrimió en su novela de El Gatopardo, que con ella le dio fama al termino y a la actitud corrupta con que los dirigentes y las élites se han acostumbrado a administrar a nuestras sociedades y países.


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