viernes, 12 de agosto de 2016

LOS TAMARINDOS

LOS TAMARINDOS


Tengo en una ventana de mi casa dos árboles de tamarindo, y en ellos, 
como ejemplo de mí desvarío, se confunden la cruda realidad y la alegría de unos sueños.                                                                                                                                                     
Cada mañana, cuando les veo, los imagino unos días contentos y en otros sin fundamento,
pues en sus imágenes de frondosidad se diluyen las sombras de un intento atemporal, aquel que como un sueño retoña en cada amanecer, imaginándolos crecer junto al paisaje más hermoso, para luego padecer la cruda realidad de verlos perecer como peces sin oxígeno en un acuario olvidado, que son sus sendas materas de barro, donde les construyo una ilusión, un sueño, o quizás son un simple deseo unido a una férrea terquedad de quererlos hacer parte de mi ficticio horizonte.

Entonces, las veces que creo sentir la tristeza que los embarga, me hacen soñar, sin embargo, yo que no soy dueño de la verdad, ni de la mía ni la de ellos, cuando por instantes idealizo esa verdad, en ella de nuevo ellos cobran vida y les invento otra historia, en la que se transforman en majestuosos árboles, donde darán sombra a mis otros sueños e ilusiones perdidas en medio de los cantos que dan las aves y las cigarras que los habitan y visitan, y en ese campo imaginario, en el que con mis manos voy sembrando los retoños de tantos deseos perdidos y olvidados, se me van los días y la vida.
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