AL SILENCIO DE LOS ARBOLES
Solos los arboles pueden salvarnos de nosotros mismos, mientras
tanto, mientras pasa el tiempo y sigamos sordos de los angustiosos llamados de
un planeta en llamas y de un futuro incierto, el ruido de nuestros aspavientos
no permitirá escuchar ese y muchos otros lamentos.
El humano, inconsciente de esta realidad, actúa como si nada
fuera a pasar, entre tanto a su lado se derrumba el mundo en el que ha creído
prosperar.
Venimos despreciando al único ser que de una u otra forma
nos puede socorrer, y ese es el árbol, majestuoso e inmóvil, que respira la excreta
que el humano transpira sin ponerse a protestar, somos nosotros los únicos seres
que para vivir felices debemos destruir lo que necesitamos para existir.
Es por todo este contrasentido que vivimos en el círculo
vicioso que no queremos romper, pues la oferta y la demanda de la vida
suntuaria impera por doquier, es así como preferimos un trozo de oro a un pozo
de agua; veneramos a los dioses dizque para que nos den riquezas mientras que
exterminamos con hambre a los que rezan, que son millones, suplicando que les
mejore la vida; arrasamos al planeta donde estamos viviendo, mientras que gastamos
billones buscando con ahínco los otros mundos donde podamos replicarnos, sin si
quiera considerar cambiar o modificar la actitud que nos viene matando.
Silenciosos y mirándonos de reojo, en este caos existencial,
los arboles nos vienen gritando que son ellos los únicos seres vivos que nos
pueden salvar de este lodazal y en esta calamidad, pues con solo respirar
pueden reparar todas las cadenas rotas por el humano en su terco trasegar.
Entre los eslabones sueltos de la cadena de la vida están los
que corresponden al oxígeno, al carbono, al nitrógeno y todos los demás, que
son los elementos, ellos no nosotros, los que verdaderamente se enlazan con la buena
vida, sin demandas de mercados ni realidades impuestas ni silencios comprados.
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