miércoles, 31 de agosto de 2016

Al recuerdo de los padres que se nos olvidan

Al recuerdo de los padres que se nos olvidan 


De pronto, hoy, varios días después del día en que cumplías años, caigo en cuenta que en la familia lo pasamos por alto.                                                                                    
Poco a poco tu recuerdo se va desdibujando, creo que nadie, excepto yo, que lo estoy ahora recordando, mantiene tan palpable el recuerdo de que fuiste nuestro padre.
Vago en mis pensamientos, y en ellos mis sentimientos son lastimosamente etéreos, como la etérea figura del padre amoroso que quisimos inventar de ti y que se derrumba al morir cada una de nuestras neuronas, nada perdura, todo se transforma y en ello no importa la forma, por eso hoy al recordar que te estamos olvidando, intento tercamente en no hacerlo real.  
Los hechos son tozudos, y yo soy el terco que no quiere entenderlos, ya que creía ser parte de una familia unida, pero resulto ser que estaba tan unida como las cenizas que van cayendo de un cigarrillo, se van desparramando por el suelo en la medida que se van consumiendo, por un segundo por el mundo, o al final, todas, en el inicuo cenicero vivencíal, que son nuestras propias vidas.
A veces no entiendo lo que quiero decir, pero el símil no es otra cosa que insinuar que hago parte de una familia rota, quizás por las concepciones de mi mente loca, o por las posiciones de la gente otra, que no tomó de base lo que nos enseñaron nuestros padres, que hoy deben estar, revolcándose en su tumba uno, y en su laberinto de silencios la otra, al darse cuenta que no entendimos nada.
Pues es por todos conocido y por ello reconocido que nada queda donde no había nada, y que las cosas terminan igual a como comienzan, y en la historia nuestra familiar estaba escrito lo que hoy escribo como parte de un libreto desconocido. 
Al comienzo de la vida todo parece alegría, se crece sin complejos hasta el instante que comprendes las diferencias entre el dolor personal o la dicha individual.                                               
Somos hermanos de los hermanos hasta cuando el yo de cada quien reclama el espacio que le cree pertenecer, es entonces cuando el poder paterno o quien haga sus veces, declare que no hay guerra, que lo material tiene un límite para cada cual, que la carrera por la vida no es igual para todos, que la idea vital transforma a cada ser en el competidor que quiere ser.

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