Quiero en esta ocasión presentárles, a modo de cuento, situaciones que ocurren en la vida diaria, aquí va mi primer intento.
¡NO SE QUITE ESA CAJA! (I)
Esta historia que parece una
parodia, desgraciadamente muchas veces es verdad, porque en los avatares de la
vida de hoy las personas se ven obligadas, dicen que por las circunstancias, a
enfrentar sin muchos aspavientos su diaria realidad.
-¡Señora Rebeca, no se quite esa caja!
Alcanzo a gritar el hombre, justo
en el preciso momento en que se estaba viniendo dentro de ella, pero ésta, un
poco ahogada, a duras penas alcanzó a balbucear lo que pareció un largo gemido.
-¡Pero es que entonces me la trago!
Mientras decía esto, estiraba el
brazo hacia la mesa de noche que tenía al lado, colocando delicadamente en ella
su caja de dientes, y dirigiéndole una sonrisa mueca a su amante ocasional, que
ya concluida su labor, se bajaba de ella a manera de sanción.
Después de esto, aquel hombre bastante
ofuscado, pero haciendo un máximo esfuerzo por mimetizar la rabia que le produjo la imagen de
esa sonrisa mueca, se bajó de la cama y entro raudamente al frío baño del
cuarto triste del motel donde habían ido a concretar el encuentro y el negocio,
se lavó rápidamente su miembro aun erecto, ante el afán que tenía no podía
bañarse todo el cuerpo, que era lo que más deseaba en ese instante, quizá pretendiendo
con ello eliminar este terrible encuentro y dejarlo sin recuerdo, pero corría
el riesgo que descubrieran que no había estado a tiempo en su puesto, y con ello
lo podrían castigar con una multa o hasta dejarlo sin trabajo.
Se vistió rápido, recibió la paga por el
servicio que acababa de prestar, se despidió de su ocasional cliente y salió
corriendo pues ya se había gastado la media hora de permiso que podía utilizar
para alimentarse.
Rebeca, la amante ocasional, era
una señora bien entrada en años, llegando a los 80.
Viuda,
con varios hijos de los que hacía muchos años no sabía de ellos, ni ellos de
ella, pues estaba convencida, y así se los había hecho saber, que si la
visitaban era para gastarsele los
recursos que necesitaba para sus gustos; jugadora empedernida de cualquier
clase de juegos, fueran estos cartas, maquinitas, loterías, bingos o hasta
besos robados a muchachos ansiosos de dinero.
Precisamente como estaba llena de dinero y de arrugas, era una cliente habitual del casino donde
trabajaban Gerardo y una gran cantidad de muchachos y muchachas que entraban en
él en busca de ingresos con que sobrevivir, y a donde personas, como ella, acostumbraban
ir casi todas las noches a matar el tedio de los largos días sin compañía, y en
donde también una que otra noche en el mes salían de caza, las dedicaban a darse el lujo y el gusto
de tener sexo con muchachos como Gerardo, quienes obnubilados por el dinero, eran
presas fáciles de estas tentaciones, por no decir aberraciones, capaces de
acostarse con quien fuera con tal de obtenerlo, sean estos hombres o mujeres, jóvenes, maduras o ancianas.
Este muchacho, como la mayoría de
los jóvenes actuales, son persuadidos y bombardeados permanentemente por una agobiante publicidad
que les convence que la vida es la emoción del momento, que el mañana es pasado
mañana y que la madurez ni la vejez van a suceder, crecen viendo y aceptando el
facilísmo como estilo de vida, son hombres ambicioso por vivir bien aunque no
tengan con que, van creciendo sin tener poder, no quieren creer en nada
distinto al milagro de un dios inexistente pero al que le creen fervientemente
o a la aparición ocasional de un posible cliente millonario, que se enamore de
ellos y los lleven a sus palacios o mansiones; el esfuerzo físico y mental solo
lo utilizan para la diversión personal como si fuera lo único vital, la educación
es un caldo de cultivo para que profesionales o técnicos sean utilizados como
la herramienta para competir en la jungla laboral de un sistema
irracional, de un sistema económico que
solo pide hombres-zombis, que solo pide carne, que pide más cuerpos con mentes
programadas o sumisas a las reglas del juego del sistema, que solo requiere de más
idiotas útiles, que por lo general pueden aspirar a trabajar en oficios varios, como por ejemplo el
de acomodador en un casino, como en este caso de Gerardo.
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En una próxima entrega la parte II de este relato.
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