ALLÍ
DONDE LO ÚNICO QUE VALE ES EL COLOR DE PIEL
Cuatro cuervos, con plumas blancas, se acercaron al banco
de un parque, en cierto pueblo perdido de algún rincón del mundo, donde un
hombre negro jugaba tranquilo a las cartas, esperando con calma la muerte a la que
lo acercaba su suerte por tener ése color de piel.
Los segundos de la escena se eternizaron en las mentes en
blanco de blancos, quienes eran testigos del instante preciso cuando el hombre negro
se enteró del motivo que llevó a las cuatro aves hasta su costado.
Todos pudieron notar, mirando al parque, cuando aquel
hombre alzó las manos hacia el cielo, en el momento exacto que los cuervos se
elevaban y volaban por el aire, pero con sus plumas negras de nuevo, que
representaban lo que son, o sea odio, miedo, rabia y desespero; desapareciendo de
la vista de todos y llevándose con ellos la vida de ese hombre negro, del que solo
dejaban un cuerpo cubierto con plumas blancas.
Cuando llegaron al banco, para levantar al muerto, las
autoridades del pueblo encontraron, debajo de las plumas, un hueco profundo y negro,
donde esas plumas blancas cayeron y aún no han encontrado al cuerpo.
Desde allí, y en ese pueblo, ubicado donde nacen todos los
demás, igual ocurre cuando en ese banco se sientan desde amarillos hasta los indios,
pues sus blancos no quieren comprender que su piel es la alegoría de una mezcla
imperfecta, arruinando o asesinando a todo otro aquel que no la porte como un escudo
o estandarte.
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