viernes, 23 de diciembre de 2016

EL ESPEJO ROTO

EL ESPEJO ROTO


La impudicia social se empoderó de la razón humana desde que el lucro personal es el único objetivo que mueve a sus individuos.                                                                   La viveza de una persona, que no es otra cosa distinta que la justificación de un comportamiento antisocial, se premia y hasta se exalta como una virtud humana que tiene aquel que la utiliza para su beneficio.                                                                          
 No de otra manera se puede entender cómo al delito y a la corrupción generalizada, en la mayoría de países de la cultura occidental, a duras penas se les castiga, y por eso es muy poco, o nada, lo que estás hacen mella en la conciencia social que la sociedad actual tiene de ese comportamiento delincuencial, así es qué ahora se acepta y hasta se explica para justificar su existencia como algo normal o como gajes del oficio en las actividades públicas y en la política en general; además que se castiga socialmente y moralmente al individuo que no roba o engaña, al clasificarlo o catalogarlo como un imbécil social o como un grandísimo bobo, por no haber sabido aprovechar su cuarto de hora en el cargo o trabajo donde le correspondió estar, o que pudiendo hacerlo no lo haga, transformando la ética, la moral pública y a la justicia en un simple embeleco para los pobres diablos que se dejan capturar en ese acto.                                                                                                                                                                                        La situación se ha ido degenerando tanto, que aquí  en Colombia los ciudadanos nos hemos convertido en simples objetivos de ataques continuados de los políticos, quienes a base de impuestos, leyes y normas, nos han ido transformando en botines o tesoros, que no son más que pozos sin fondo de donde ellos, los dirigentes políticos, que por lo general provienen de las élites y son a la vez los dueños de las fuentes del poder, obtienen permanentemente los recursos económicos con los que financian a sus movimientos políticos, sus negocios privados o a sus propias empresas, que a la par son las mismas infraestructuras de sus clanes, completando el circulo vicioso donde la sociedad ha quedado atrapada.                                                                          
Por todo esto y mucho menos, no es raro que hagan carrera términos y frases de la política que retratan esta descomposición social, como aquella de un presidente que prometió: “llevar la corrupción a sus justas proporciones” o de aquel otro que alega: “que, si roban al menos que hagan algo”.
  

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