EL DÍA EN QUE SE
PERDIÓ EL ORO DE TODOS
Un día cualquiera,
cuando los hombres buscaban por la tierra el brillo de un metal que fuera
fuente de poder universal, se le escucho a un minero gritar, “aquí está el oro
de todos, no lo vayan a perder que nos podemos joder”
Sin embargo,
al siguiente amanecer, después de celebrar la humanidad con gran alborozo tamaño
descubrimiento, con la borrachera aún viva por el gozo de ese albur, todos
notaron que ya esa riqueza estaba en pocas manos y que el minero que la había encontrado
también se había esfumado.
Dicen que fue
a partir de ese momento aciago en que se empezó a materializar la locura actual,
en el que el destino general ya no era de ninguno y en donde la riqueza individual
se convirtió en la meta para algunos, pocos, pero fueron suficientes para subyugar
al resto, porque sin esfuerzo y con maldad la pudieron obtener.
Fue a raíz
de todo esto que existen personas que se vanaglorian de la mentira y de la
trampa como la panacea a encontrar, y mientras que la buscan se les premia el
engaño como virtud social, e incluso, hoy la ley cambia al ritmo de su dinero
sin que a nadie le importe, por el contrario, se permite lo que la laxa moral de
ellos percibe y lo que su torva ética concibe, promocionando con esto a la osadía
como a la madre del éxito; y al final por eso y un poco menos, la humanidad se
acostumbró a ver morir a muchos como señal del triunfo personal y como la regla
general.
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