CONTANDO UNA
HISTORIA QUE PARECE UN CUENTO
Hace muchos
años, en un lejano país de Suramérica, que se encontraba agobiado por el terror
y la violencia, y de cuyo nombre no me acuerdo, o no lo quiero mencionar para
no tener que hacer apología del delito; una parte de su sociedad, enloquecida
por el poder, las drogas y el dinero, hasta el diabólico extremo de aliarse con
los mismísimos delincuentes para gobernar, y quienes a la vez eran los mismos
que siempre la habían manipulado, abusado y usado para su propio beneficio, cierto
día se reunieron en el mejor club campestre de esa nación, y decidieron de
repente que lo mejor para acabar con ese caos permanente, inventado por ellos
mismos para oprimir a los demás, era elegir a un presidente que saliera de las mismas
fuentes del poder para mantener el delito como objetivo pero que pareciera ser
la propia imagen del bien y del saber.
Buscaron con
denuedo y con esmero en sus filas, durante varios días esculcaron en sus más oscuros
resquicios para ver quién podría cumplir con ese perfil, y después de mucho
escarbar en el directorio de sus élites salvajes, encontraron con alegría al
que sería a partir de ese día su alfil, Albertico Ubrie Viles, se llamaba ese
animal.
Camuflado éste
de pastor comenzó con bríos a hablar, se subía en los púlpitos, en las tarimas,
en los muros o hasta en cajones de cartón, desde donde disparaba dardos
fulminantes cargados de palabras que herían, frases completas llenas de
mentiras pero que a sus seguidores poco les importaba, lo importante era lograr
impacto en la sociedad, manipulable por su ignorancia y cansada de tanto dolor.
En el lapso
de unos cuantos meses éste ya arrasaba en las encuestas, de lleno el país se volcó
a apoyarlo pues creyeron que él era el guía que buscaban, sin darse cuenta en
ese instante que caían de nuevo en el engaño y en el error.
Lo nombraron
presidente, y todo el pueblo sintió por unos días la alegría que produce la
esperanza del cambio, después, cuando los mensajes y las acciones del gobierno
señalaban a los culpables del desastre, en sus propias entrañas se instalaban
los nuevos delincuentes, los que llegaban para adueñarse de todo, otra vez a
sangre y fuego, y a costa del dolor ajeno y de sus vidas.
El anhelo se
convirtió entonces en frustración pues la corrupción y la maldad se adueñaban
otra vez de cada rincón de ese pobre Estado, pero debo aclarar que lo pobre que
menciono de ese país era por su espíritu más no por sus riquezas, porque esas y
el erario público han sido siempre el objetivo del despojo; pero ya el mal
estaba hecho, aun así sus fanáticos juraban que vendrían tiempos mejores, poco
les importó ver entrar por el garaje de la casa presidencial a la flor y nata
de los mafiosos, que a la vez eran los socios de los políticos en el congreso, que
llegaban para negociar el robo y el asalto.
Tampoco les importó
ver corromper a la justicia pues sabían que sin ella no puede haber autoridad
en ninguna parte, como también se ignoró ver a la policía y al ejército en una
carrera de infamias contra el pueblo, que impávido e indefenso solo atinaba a
elegirlos nuevamente.
Está
historia tuvo un feliz y trágico final, cuando algún día Albertico amaneció igual
a como siempre amanecía, o sea infeliz y rabioso contra todo el mundo, pero ese
día fue diferente para sus creyentes y para toda su familia, pues amaneció odiándose
a sí mismo, y en un inesperado arrebato de ira se suicidó al frente de ellos y
de varios seguidores, que asustados salieron gritando como locos que todo se había
debido al diablo; por eso después, cuando con el paso del cruel tiempo se
sosegaron los rumores y los temores por semejante acto, se ungió al hijo de éste
como al nuevo líder de ese movimiento.
Como
conclusión de este cuento debo manifestar que la parte feliz de esta historia fue
la muerte de ese presidente porque la trágica es que hoy allí todo sigue igual.
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