OJALÁ HOY, EN
COLOMBIA, FUESE ESE DÍA
Colombia siempre
ha sido una nación dividida, de regiones, de comunidades y de oscuros y
siniestros personajes, que nacieron desde entonces sin quererse ni entenderse, pues
no podemos olvidar que desde el mismo instante en que surgió la lucha independentista, vemos al sur
intentando sublevarse, con Agualongo junto a Sámano de la mano, como
incipientes movimientos guerrilleros lucharon desde entonces en contra de la
gesta de Bolívar, desde Putumayo a Nariño y de allí hasta el Patía, ya que en estos
lugares apoyaban sin reservas al rey de España.
Allá
queda un testimonio crucial de esta división nacional, una muestra de la
sublevación intestina, que es Berruecos, sitio histórico desde la conquista
europea sobre estas tierras, y donde un icono de la lucha revolucionaria, un
tal Sucre, dio la vida en un acto infame de traición.
Igualmente, tampoco
podemos olvidar que, en plena campaña revolucionaria, donde debía existir plena
armonía entre todos los aliados de la misma, incluso allí entre Santander y
Bolívar ya existía división.
Otro ejemplo
es el Cauca, en esas épocas una extensa región que terminó dominada por una nata
de aristócratas radicada en Popayán, convencidos de venir directamente del
mismísimo pipí del Rey Sol o de Felipe “El Hermoso”, de cualquiera de los dos o
de los dos, y que desde que se arraigaron han tenido odios y temores por los indios,
a esos seres tercos, menuditos y silenciosos, aferrados a esta tierra y sus
costumbres, y que desde ese entonces han intentado sostenerse en ellas porque
han sido para ellos sus simientes.
Con esto han provocado
que esas élites, blancas de piel y de apariencia, pero demonios por la
indecencia, los atacaran o mataran con sevicia y con violencia, con la clara
intención de quedarse con todos sus territorios y riquezas, y se convirtieran,
a costa de sus muertes y esos robos, en clanes respetables, con derechos hereditarios
sobre esas tierras y sean muchos de ellos, en nuestra innoble historia, los padres fundadores de la patria.
En
la medida que fueron acabando con los indios, fueron llenando las regiones boscosas
del Pacifico con esclavos negros que traían desde África, con los que a costa
de sus vidas y trabajos escarbaban y arrasaban las tierras mientras les sacaban
a éstas las últimas pepas de oro y las más finas maderas.
Casi la
mitad de este país hasta hace muy poco vivió olvidado del desarrollo y del
progreso, aunque desde siempre ha estado en manos de los ilegales y mafiosos;
son dos extensísimas regiones, una conocida como la Amazonia y la otra como los
Llanos Orientales, lugares del mundo llenos de recursos naturales que así
debieran seguirse manteniendo y respetando, pero eso sí primero sacando de allí
a esos tumores sociales.
La costa del
Atlántico tampoco se queda atrás con respecto a los mismos síntomas de división
y de violencia, es algo latente en toda nuestra extensión, igual pasa en los
Santanderes, en Boyacá, en Antioquia o en el mismo corazón de Cundinamarca, y
del país como es Bogotá.
Por eso la
importancia que la sociedad, representada por la hasta ahora imperfecta legalidad (nuestras
élites y sus partidos políticos) dejen sus luchas intestinas y permitan que el
actual proceso de paz con las guerrillas puede llegar a ser catalogado como el inicio
de la unión siempre esquiva de una nación dividida por accidentes geográficos y
por el odio ancestral.