LA
PRESENCIA DE OTRA EXISTENCIA
Unos negros nubarrones habían estado toda la noche
amenazando con lluvia, desapareciendo al amanecer, dejando así resplandecer
victorioso, aquel martes, a un maravilloso sol. Tras varios días de lluvia y
oscuridad, este era un nuevo día que motivaba a hacer de todo lo que se tenía
por hacer, a moverse, a salir, a exponerse a los ansiados rayos del sol, a
sentir el calor, a disfrutar del color de un día pleno de luz.
Aquel martes el sol calentaba más que cualquier otro día y
nunca se supo por qué extraña razón sus efectos sobre las cosas motivó a que
todo ocurriera más rápido o diferente a la tácita normalidad de siempre.
Sin embargo, nadie notó aquel día nada anormal sobre sí
mismo, o sobre las demás cosas o personas, nadie sospechó ni intuyó la más
pequeña o mínima rareza, pues el diario transcurrir, el devenir, tenía a todo
el mundo preocupándose por sus propias vidas, dejando al resto, a lo que nos
rodea, a la suerte o al azar, de un destino general, qué como un gigantesco
remolino va licuando las existencias de los hombres desprevenidos e
indiferentes.
En todas partes la gente se arremolinaba como hormigas ante
la actividad suscitada por la cotidianidad, los árboles florecían por doquier,
y los que ya estaban florecidos maduraban y arrojaban sus tiernos frutos; los
animales corrían por todas partes, los perros, los gatos, los caballos, las
vacas, los sapos, todo tipo de aves, hasta los insectos, todo, absolutamente
todo ese martes de agosto se movía más rápido de lo normal y no se supo por qué
extraña situación o fenómeno pasó lo que pasó.
Lo que estaba por fenecer feneció, lo que estaba por nacer
nació y lo que estaba por fecundarse se fecundó. El mundo vivió en ese día
inusual lo que no había vivido en toda su vida; fue cómo si se hubiesen metido
en un laberinto de tiempo en la Tierra entera, como que todas las criaturas y
objetos se hubiesen motivado a muchos cambios antes que amaneciera el
miércoles, como si al nuevo amanecer todo fuese a ser nuevo y diferente.
Y el miércoles todo fue distinto, cadáveres cubrían por
todas partes la Tierra, eran cadáveres de seres humanos, hombres y mujeres,
niños y adultos, todo tipo de animales, insectos y plantas, cadáveres de
consciencias y de ideas, de razones e inocencias; aparecieron cadáveres de
tantas cosas diferentes que un olor nauseabundo impregnó los primeros rayos de
luz del amanecer del miércoles, teniendo los sobrevivientes que enterrar los
cadáveres de todo lo muerto, mientras que al mismo tiempo los animales vivos se
alimentaban de los muertos, como igual los insectos muertos daban origen a
millones de insectos vivos.
En ese extraño y nuevo amanecer también nacieron nuevas
plantas de las que se habían muerto, en un solo amanecer se había cambiado
tanto la Tierra, que en las raíces de la existencia en general se sintió un
crujir, un sonido como el de un lamento, dando origen y nacimiento a una nueva
presencia, exigiendo otra existencia.
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