martes, 18 de octubre de 2016

UN ANÁLISIS, ¿INGENUO?, DE LOS RESULTADOS DEL PLEBISCITO

UN ANÁLISIS, ¿INGENUO?, DE LOS RESULTADOS DEL PLEBISCITO

Después del plebiscito puedo concluir, sin temor a equívocos, que somos una nación bastante desunida, ¿quién lo puede dudar?                                                                                                          Por un lado, una inmensa mayoría, que no sabría cómo calificarla o denominarla, si mentecata, ajena, indiferente o ignorantes en estos asuntos de votar para tomar decisiones, pues esta vez fue el 63%(similar al promedio histórico), pareciera que están tristemente resignados a aceptar y acatar calladamente lo que las minorías decidan, o como se dice popularmente “a lo que Dios quiera”, porque mientras tanto viven rodeados, inundados e inmersos en innumerables iglesias y credos, con miles de pastores recordándoles que Dios es quien decide por ellos, y que ellos, los pastores, al ser sus voceros, deciden por ellos también; no sé si igualmente anestesiados con estratos y subsidios, más preocupados por perder esas ayudas del gobierno de turno que por el futuro y el de los hijos.                Por el otro lado estamos la minoría, el 37% en esta ocasión, dividida hoy exactamente en dos mitades y con dos visiones de cómo debe comportarse el Estado y sus dirigentes con sus habitantes.                                                                                                                                                                    Unos que abogan y apelan por unas políticas disque de mano dura contra la delincuencia y el crimen organizado, aparentemente con dirigentes o lideres enérgicos y disciplinados, así tengan, o hayan tenido, vínculos y actitudes antisociales, así sean corruptos, extremistas o populistas, pues amparados en la teoría de que todo lo público es malo y lo privado es bueno, que los ricos irradian la riqueza, que el narcotráfico fue una especie de revolución social, sosteniendo y argumentando que el Estado solo debe mirar y ayudar a que los particulares lo hagan bien, desmontando poco a poco una gran cantidad de políticas públicas, ganadas con mucho sacrificio por otras generaciones, que propendían por la socialización de la riqueza a través de un Estado benefactor, satanizándolo como proteccionista, y que éste solo castigue el delito cuando sea muy evidente, porque de resto el Estado debe ser un alcahuete y promotor de estas prácticas delictivas, será por eso lo de la poca justicia y la mínima autoridad moral y ética en la que nos revolcamos, muy comunes entre nuestra dirigencia política, élites económicas y en el hampa generalizada, que existe enseñoreada en todas las instancias, dependencias y negocios del país.
Mientras que la otra mitad de esa minoría, votó pensando que el problema es precisamente de dirigentes, de élites y de delincuentes.                                                                                                Que ese acuerdo con las FARC, por muy imperfecto, incompleto, incomprendido, intolerable e indeseado por muchos, era un nuevo inicio, un quiebre en nuestra particular historia, porque el solo conocer la verdad de nuestra violencia, las causas, los patrocinadores, los perpetradores y los perpetuadores era motivo suficiente para aceptarlo, promoverlo y refrendarlo, al menos fue lo que ingenuamente creí.

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