LA MULA Y EL ARRIERO
Me contaba un viejo arriero, de esos que ya no existen, por
si alguien lo quiere buscar, que un día cualquiera escuchó, cuando iba de bajada por
una loma empinada, con la mula ya cansada de tanto trabajar, que ésta le dijo
al freno: “oiga mire compañero, no se
pase de terreno, tenga un poco de piedad conmigo, no me haga tan difícil la vida
dura que me ha tocado vivir, que mi boca es muy sensible y me la puede
destrozar a cada que el dueño tiempla la brida sin considerar que al final el
que sufre es mi pobre paladar”, ignorante
que quien tira no es el bozal.
La
referencia la traigo a cuento porque dice mi papá, que cuando era joven y bello,
igual lo hacía con él el abuelo al tratar de imponerse a los demás, y por eso también
lo hizo él conmigo, con la firme convicción que se prolongue en el tiempo una
regla familiar, que la autoridad paterna se respeta, así ésta se porte mal, lo
que siempre, hasta ahora, ha sido algo muy normal.
Es un parámetro
incrustado muy difícil de erradicar, hacen parte de las normas humanas, tenaces
de cambiar, que de generación en generación vayamos pasando costumbres y
comportamientos, que se creen culturales, éticas y morales, inscritas en las
historias familiares o en las venas nacionales, aun sabiendo que éstas sirven
de instrumento para perpetuar estulticias, así traigan implícitas injusticias, desorden
o maldad.
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