¿QUIEN LE PONE EL CASCABEL ÉTICO A UN GATO INMORAL?
Que la ética y la moral pública son
simples bienes mostrencos lo representa la infinidad de malos comportamientos que
cunden por el mundo, los que no dejan de aparecer permanentemente en personas, empresas,
industrias y negocios en general, y ocurrirán
mientras que el objetivo fundamental de todos sea el enriquecimiento material e
individual. Tomemos como ejemplo los dos últimos y patéticos
casos, donde por un lado una industria cárnica maquilla sus productos, en
descomposición, para poderlos vender a cualquier costo, y por el otro una empresa
constructora, de obras civiles, soborna a “Raimundo y todo el mundo” para obtener
los contratos de sus obras, pasándose ambas por la faja la ética, la moral y la
libre competencia pública.
Resalto éstos casos para no poner por
ejemplo casos viejos y ya casi olvidados, como los ocurridos con las industrias
azucareras y papeleras suramericanas, con colombianas involucradas en el asunto,
las cuales, si no nos hemos olvidado, se unieron subrepticiamente para
confabularse contra el bolsillo de la gente del común y que sin ningún pudor
alteraron hacia el alza los precios de sus productos.
Es evidente
que ahora, ante la debilidad de los Estados, todo el mundo está apelando a la
confabulación y a la corrupción para poder imponer sus criterios o productos, o
para poder lograr sus objetivos financieros, sin preocuparles que la aberración
de sus métodos representen un peligro para
la sociedad, como tampoco les preocupa las sucias herramientas que tengan que emplear
para obtenerlos, ni mucho menos llegar a considerar las consecuencias que éstas
malas prácticas terminan representando para la salud de los consumidores o de los
erarios en sus países.
El panorama anterior
es una muestra fehaciente que dejar en el auto control, o sea en el criterio
personal o individual de las empresas o individuos, el poder para controlarse,
no deja de ser una estupidez o una locura del sistema capitalista, y por ende
de los Estados y las democracias que en él se desenvuelven; por lo que se hace
crucial y urgente que éstas sociedades afronten este monumental problema dándole
más poder a los Estados sobre las empresas o negocios, porque éstos parecen impotentes
o plegados ante los grandes capitales, los que desgraciadamente siempre, apelando
a la libre competencia y a la libertad de acción o inversión, van intentar influenciar
sobre ellos. Se
insiste en que el mercado se auto-controla solo, con las fuerzas de la oferta y
la demanda, teoría que fundamenta éste sistema, cuando la realidad de la vida y
del mercado es mucho más cruda y más violenta, haciéndonos vivir en sistemas
económicos y culturales que abocan a todo individuo al lucro y al rendimiento financiero
sobre cualquier otra consideración terrenal, arrasando bajo estos parámetros cualquier
tipo de principio, o de racionalidad, ya que quedan supeditados a actitudes o criterios
impracticables en el mundo real, por más que en los hogares, universidades y
religiones hayan inculcado y enseñado límites y controles para aplicar en la vida
personal, pero que en la práctica no se pueden usar, pues sus dirigentes sobreviven
en los cargos dependiendo de los rendimientos financieros, transformándose, por
esas mismas fuerzas, en letras y mensajes inciertos, puesto que sobre esas
consideraciones éticas o morales siempre primaran las económicas, las políticas
y hasta las culturales, importando poco las consecuencias sobre la vida de los
seres en general.
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