RECORDANDO LA LECCIÓN QUE ME TIENE CONTIGO
Cuando la vi por primera vez, me emocioné hasta más no poder,
pues pensé que ella era para mí, y por eso la recibí como el enigma aclarado, como
el misterio revelado, o una razón valedera de existir para alguien y por algo.
Sin
embargo, con el tiempo, luego descubrí que me había equivocado, que ella solo vivía
para sí, pues en su visión del resto del mundo, los demás éramos como un hueco
profundo, un abismo de sentimientos malolientes que no le gustaba enfrentar ni
comprender, a los que arrojaba, con
desprecio en cada amanecer, cuando escapaba, los sobrados que le quedaban después
de cada faena de caza, que era como ella definía cada relación que tenía. Por eso, cuando al final la pude conocer, me fue
muy triste comprobar que, entre esos desperdicios, de los que había arrojado en
aquel basurero, la mayoría eran míos y hacían parte de mis mejores recuerdos de
vida.
Después
de esta relación, me quedó una gran lección, y es por lo que aun estimo a
aquella mujer, pues me enseñó crudamente que para amar no se puede entregar al
corazón con la primera emoción ni en el primer intento, que la ilusión de vida
debe ser recíproca, pues debe ser la llave que abra la pasión de una relación
de dos, en donde el amor sea sinónimo de verdad y la libertad se base en
engranar los cuerpos y las mentes, para estar juntos en cada atardecer, y al amanecer
sea como la primera vez, como ahora lo hago contigo.
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