EN
LA ESPERANZA, LA IGNORANCIA ES EL CAMINO
Unos destellos, a lo lejos, y en la capital, marcan el
lugar exacto donde se hacen actos que señalan pactos, entre los que mandan en
la región con los que dirigen la religión.
Con fuegos artificiales, y con la pompa suficiente para aquellos,
van llegando, graneaditos, uno a uno, a ese lugar.
Primero son los obispos, los que, caminando como piscos, confluyen
al mencionado acto, con las monjitas de oración precediendo su avanzada, y con los
curitas penitentes, uno para cada ocasión, en las que deban asumir las culpas
por los pecados de la gente, en los que constantemente caen, sean estos por la carne
asada o la humana, y que son quienes terminan cerrando esta larga procesión.
Porque después arriman los políticos, que a la vez son los banqueros,
comerciantes e industriales, o sea las fuerzas vivas de la nación, quienes, con
sus largas filas de jóvenes ayudantes en alboroto permanente, llegan al lugar comportándose
como reyezuelos, con sus respectivos y brillantes maletines, uno en cada mano,
invadiendo el lugar e imponiendo su voluntad.
La reunión, que desarrollan en un hotel cinco estrellas, con
entrada majestuosa, grande y con alfombra roja, es, primero que todo, un show,
donde se le advierte a los presentes, eso sí, ante las cámaras y los micrófonos
que los registran como las estrellas de este espectáculo, que ellos tienen las
respuestas y que han llegado porque los han llamado y escogido para ser la
solución de los problemas, los que hoy enfrentamos con terror, pero que, por una
extraña coincidencia, son los mismos que ellos mismos ocasionan.
Por eso, al final, el comentario general, de los que
observan esta obra, la cual concluye con la misma pompa y color del comienzo, es
que todo no pasa de ser una burda pantomima, pero que aun así repiten cada año,
porque nunca hay nadie que les exija una explicación de quiénes fueron los que
los escogieron, aunque todo el mundo, con la ignorancia a cuestas, sabe que
esos quienes son ellos mismos.
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