BUSCANDO
EL DESTINO POR EL CAMINO EQUIVOCADO
Una sociedad, como la nuestra, acostumbrada desde hace
mucho tiempo a la ilegalidad, y a la justificación de la misma, le va a ser muy
difícil entrar al orden social y al control del delito, y de la corrupción, ya
que tenemos la ilegalidad como una característica intrínseca en cada quien, ya
que se nota o se encuentra en cualquier acto, racional o no, de cualquier
colombiano(a), por lo que se ha convertido en una impronta nacional, hasta el
extremo que entre nosotros la viveza y el engaño son señales de una persona
inteligente y avispada.
Ésta se vive y se siente a diario en todas partes, por
ejemplo, si alguien ve que a una persona se le cae algo de valor, para la
mayoría, la alternativa no es darle aviso a esa persona que está sufriendo el
accidente, no señoras ni señores, eso sería una real estupidez, la serio y lo
lógico en Colombia, es lograr llegar rápido hasta donde cayó la joya o el
dinero, para esconderlos, ya sea parándose sobre el objeto, pateándolo para que
se pierda de vista o recogiéndolo, según sea el caso que mejor lo beneficie,
para al final hacerse a esa “papaya” que se le aparece en su camino.
Somos individuos irresponsables por antonomasia, por eso matar,
robar, mentir, engañar, incumplir, sustituir, cambiar, temer, en otras
palabras, delinquir, son palabras intrascendentes y verbos que no conjugamos
con nada, por lo que aquí esos temas no son problemas graves para nadie, pues si
lo hace desde el presidente hasta el más pobre mendigo, por algo será.
Solo es reparar en las cifras de afectados, y en el número
de sucesos que han ocurrido, para detallar la envergadura del problema en el
que estamos, más de 400.000 muertos y más de 7 millones de afectados en los últimos
cincuenta años, y según algunos no tenemos ningún conflicto; con una clase
dirigente sin reglas morales ni éticas, administrando el erario público como si
fuera solo para ellos, y a los demás eso no nos preocupa demasiado; inmersos en
un submundo, donde las drogas ilegales dominan el escenario económico, cultural
y social, con algunos importantes dirigentes amparados en ese oscuro poder, los
que luego terminan creyéndose los dueños de la moral y la decencia mundial, sin
que eso nos dé escalofríos; igualmente
conviviendo con una justicia inoperante para los asuntos importantes y
despiadada con lo insignificante, mientras tanto, toda la sociedad, acostumbrada
a estas reglas de juego, por lo que vive anestesiada con su laxa realidad, por
lo tanto hemos aprendido, como ciudadanos, a coexistir con una autoridad en
connivencia con el poder.
Ante esta cruda realidad, en nuestro subconsciente, hemos aceptado
vivir en una especie de anarquía general, impulsándonos a ser autónomos de
nuestro propio desarrollo, pero ajenos a lo que pase con el Estado, y con los
gobiernos de turno, dejándoles así el camino libre a unas cuantas familias, o
clanes familiares, que algunos llaman incluso partidos políticos, que por este
comportamiento de la sociedad se han apoderado de todas sus actividades y
beneficios, impidiendo con esto que el bienestar social de un Estado de Derechos
pueda llegar hasta el último de sus habitantes.
Tal vez esta visión personal
sea algo exagerada para muchos, pero he llegado a viejo ilusionado en que en
algún momento de mi vida las cosas iban a cambiar, y, por el contrario, cada
día somos más y los dueños del poder, son menos, promoviendo con eso la
injusticia social, y poniendo en riesgo con ello cualquier tipo de democracia.
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