lunes, 31 de agosto de 2020

DESCOMPONIENDONOS EN NUESTRA PROPIA GRAVEDAD

 

DESCOMPONIENDONOS EN NUESTRA PROPIA GRAVEDAD

 

El tiempo, aunque sea un paradigma humano, arrastra tras de sí una fuerza creativa meramente circunstancial,

elemental, psicológica y mental, donde cada ser navega solo, sobre las profundidades de sus propias dudas y temores,

manteniendo a flote el barco de sus vidas personales, flotando como individuos en la inmensidad de un océano infinito,

produciendo en él cortos circuitos neuronales, sucesivos y permanentes, después de cada idea o pensamiento,

escalando con ellos la ignorancia cósmica y relativa, hacia momentos sensacionales y emocionales, por lo tanto, mortales,

sin correlación con los momentos universales, como cuando una fuerza gravitatoria comprime a la energía astral,

transformando a nuestros cuerpos en masas amorfas, sometidas a la electricidad molecular y nuclear de sus partículas,

la misma que luego atomiza nuestras células en instantes etéreos y sin sentido,

que tienen, obligatoriamente, que ser radicados en una memoria sideral, para que no se pierdan en la nada emocional,

de futuras generaciones que solo sabrán de ellos si han sido consignados en el punto exacto donde las memorias colectivas se tocan,

pudiendo así ser luego referenciadas con los estados verbales de un tiempo humano, haya sido este un pasado perfecto,

un presente imperfecto, o un futuro pluscuamperfecto, donde cada sujeto debe venir amarrado a las acciones pasadas de cada quien,

pasando por el filtro de un tiempo cósmico, sin espacio real, visto como una simple virtualidad humana, atemporal y sin recuerdos,

haciéndonos invisibles en la memoria del universo, pero con acceso a unos recuerdos paralelos en la materia oscura de una especie,

allá donde se pierde la noción del tiempo, dentro de agujeros negros, con relativa pasividad humana y sin gravedad espacial.  

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