DESCOMPONIENDONOS
EN NUESTRA PROPIA GRAVEDAD
El
tiempo, aunque sea un paradigma humano, arrastra tras de sí una fuerza creativa
meramente circunstancial,
elemental,
psicológica y mental, donde cada ser navega solo, sobre las profundidades de
sus propias dudas y temores,
manteniendo
a flote el barco de sus vidas personales, flotando como individuos en la
inmensidad de un océano infinito,
produciendo
en él cortos circuitos neuronales, sucesivos y permanentes, después de cada
idea o pensamiento,
escalando
con ellos la ignorancia cósmica y relativa, hacia momentos sensacionales y emocionales,
por lo tanto, mortales,
sin correlación
con los momentos universales, como cuando una fuerza gravitatoria comprime a la
energía astral,
transformando
a nuestros cuerpos en masas amorfas, sometidas a la electricidad molecular y
nuclear de sus partículas,
la
misma que luego atomiza nuestras células en instantes etéreos y sin sentido,
que
tienen, obligatoriamente, que ser radicados en una memoria sideral, para que no
se pierdan en la nada emocional,
de futuras
generaciones que solo sabrán de ellos si han sido consignados en el punto exacto
donde las memorias colectivas se tocan,
pudiendo
así ser luego referenciadas con los estados verbales de un tiempo humano, haya
sido este un pasado perfecto,
un
presente imperfecto, o un futuro pluscuamperfecto, donde cada sujeto debe venir
amarrado a las acciones pasadas de cada quien,
pasando
por el filtro de un tiempo cósmico, sin espacio real, visto como una simple virtualidad
humana, atemporal y sin recuerdos,
haciéndonos
invisibles en la memoria del universo, pero con acceso a unos recuerdos paralelos
en la materia oscura de una especie,
allá
donde se pierde la noción del tiempo, dentro de agujeros negros, con relativa
pasividad humana y sin gravedad espacial.
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