CIRCUNLOQUIO SOBRE LA ESENCIA Y EL RECUERDO DE LAS COSAS
(UNA CASA FAMILIAR)
Por: Obdulio del Valle
Hay veces que,
por esperar, la espera se vuelve eterna, tanto como la ansiedad que genera
estar aguardando una respuesta, un gesto, un beso o un abrazo que nunca se
darán.
De pronto, en la
espera a una respuesta de sí vender o conservar la casa familiar, como recuerdo
general, se aparece un extraño personaje, que puede ser un ángel o un demonio, hermano o enemigo, no sabemos si bueno o malo,
real o ficticio, soñado o inventado, y nos dice que lo que era ya no será, que
la esencia de las cosas cambia tan rápido, que la memoria adquiere una
repentina importancia, y los recuerdos se pueden meter en un frasco imaginario para
mañana abrirlo y gastarlo, o conservarlo a la vista de la conciencia humana que
lo quiera ver o interpretar, si es que aun puede recordar.
Entonces sentimos un tremendo desencanto, es
una incomprensible paradoja de la vida que se quiera conservar lo que a otros incomoda
o les estorba, es una tremenda ironía, haber vivido y no aprender a sentir lo
mismo que los otros, sentir y no haber vivido lo suficiente para saber si
contar las emociones, o no decir lo que se siente cuando se pone en la balanza
de la vida el precio de las cosas contra el valor del sentimiento hacia las
mismas.
Me encuentro ante
una realidad desconocida, pues lo conocido solo existirá en mi mente, durante
toda la vida he tenido lugares y objetos físicos, materiales, tangibles y
visibles que me son luego referencias de vida, de amor, de geografía. Pero ahora me dicen que eso no cuenta, que no
es importante un punto físico, que aquellos muros y lugares donde se han
construido sueños y sentimientos en conjunto son solo elementos, que lo
importante de las cosas no son ellas mismas sino la emoción que hayan creado, o
el sentimiento que de ellas haya brotado, ¿pero entonces les pregunto porque se
conservan las pirámides, o para que los monumentos, o cual es el sentido de los
museos con sus cuadros y estatuas?
Un sentimiento de
desarraigo me invade, siento que al dejar atrás esas cuatro paredes, donde en familia se moldearon parte de los sueños
personales, de cada uno, estos se evaporaran dejando tras de sí una estela de
recuerdos borrosos, aquellos que si no se están recordando, al poder volver a
ellos, a los elementos físicos que los identifican, desaparecerán en la maraña
de vivencias y emociones, que cada vida va exprimiendo de lo general hasta
volver individual la particular manera
de cada quien entender y vivir la vida.
Sé, por mi particular
manera de ver las cosas, que, al dejar atrás aquellos elementos físicos, que me
disparaban y prendían mis recuerdos familiares, poco a poco iré perdiendo la
memoria que me dirigía hacia lo que era nuestra esencia.
Molesto con lo
que me queda de familia, intento reclamarles por los recuerdos de los padres, por
él, que ya es un reflejo vaporoso y etéreo de lo que fue, y se diluye tan
rápido que nadie puede ni lo quiere recordar, y por ella, que está muda en su
silencio ingrato, olvidada en un pulcro y triste anonimato, para insinuar que
se está muriendo en un frío ancianato.
Resignado ante la
derrota de mi idea de las cosas, intento decirle a los otros que quiero que la
madre que todavía siente, y aun respira,
se quede en su nido, que fue el nuestro, pero hay más verdades y fuerzas que la
mía, y el concepto y el destino de lo nuestro, ante esto, toma el camino que una
mayoría de antemano ya decidió, así me parezca absurdo o sin sentido, me vuelven a recordar
que así son las cosas, y así tienen que ser en el destino de cualquier familia,
cuando se enfrenta no solo ante el concepto personal de cada quien que la conforma,
si no contra el embate de los cambios que se vienen con el tiempo, a veces como
modas, otras veces como odios, la mayoría de las veces como negocios, sólo que todo ocurre tan veloz que lo nuestro queda en la
interpretación individual de lo mío, y al desechar con premura al objeto del
recuerdo, en este caso la casa familiar, éste queda condenado al olvido, y de una extraña forma disgregando a los individuos que la integran,
o quizás deba decirlo de otra manera,
somos efímeros momentos, y nos corresponde a los que estamos vivos, al
conservar ciertos objetos materiales,
prolongar la vida, con esos recuerdos, de los que ya han partido, sin
ponerle precio ni valor a los sentidos, y manteniendo vivos los vínculos que de
ellos se desprenden y derivan, invisiblemente y sin querer.
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