SUMISOS Y DEVOTOS
Con la misma devoción que
creemos en los dioses inexistentes,
desechamos la única razón que
creíamos tener, aunque ésta,
la razón, esté latente en
cada acto que realizamos,
y ya sin ella, ignorar al
corazón de un planeta moribundo, que deja de latir en nuestras manos,
para después, estarle exigiendo
a una ilusión la solución de todos nuestros males,
cuando ésta está perdida, en
una ilusión, entre los sueños de un mundo mejor,
el cual se nos escapa ante
la cruda realidad, que explota al frente de nuestros propios ojos,
quemándonos los rostros, mientras
paralelamente nos consume las últimas neuronas,
las pocas que aún nos quedaban.
Entonces aparecen unos supuestos
sabios, los que cranearon la hecatombe,
y sumisos a ellos, éstos nos
dicen cuando ser felices,
cómo igual nos indican
cuando debemos dejar de reír,
por la destrucción del mundo
real,
provocada cada día, tras el meticuloso
trabajo que hacemos para crearla,
y así, tengamos que convocar
a esos dioses invisibles,
para que al final sean ellos
quienes generen los milagros que con urgencia necesitamos.
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