miércoles, 6 de octubre de 2021

A COLOMBIA EL MIEDO AL CAMBIO LA IDIOTIZA Y ESCLAVIZA

 

A COLOMBIA EL MIEDO AL CAMBIO LA IDIOTIZA Y ESCLAVIZA



La verdad en Colombia es una mentira tan arraigada al interior de los individuos, y por ende de las propias sociedades, que es continua y fuerte, por lo cual se ha podido convertir en la misma realidad, pues ha sido impuesta por los poderes que la dominan, hasta el grado que es importante para quienes la gobiernan y controlan, no se puede ni siquiera cuestionar, cualquier otra opción es simplemente una muestra de debilidad para aquellos que se atrevan a intentar modificarla, buscando cambiar esta siniestra tendencia, incluso aquellos que lo intentan llegan a ser considerados parte de una oposición oscura, velada y directamente provenientes desde el propio corazón del vandalismo, auspiciado y generado por una izquierda comunista, guerrillera e internacional.

A partir de este argumento las sociedades que componen la nación colombiana nos hemos vuelto cómplices de esta maldición, repitiendo en cada elección el mismo error con el que venimos dirigiendo al país cada vez más hacia el fondo del abismo ético, en el cual nos desenvolvemos, por lo tanto con él se viene facilitando que la inmoralidad se legalice y que la corrupción sea parte del diario convivir, haciéndola una herramienta valida de los negocios, del trabajo cotidiano, de la normalidad entre las personas, aunque después no nos permita progresar, pues inmersos en el miedo, como estamos, el cambio nos aterra y nos impide optar tomar opciones y posiciones liberales, democráticas y sociales, a las que consideramos subversivas, ya que quienes ostentan el poder político, económico y religioso acusan a éstas de provenir de una conspiración comunista y terrorista, llenando de miedo al ciudadano del común, acostumbrado a creer, y a seguir, ciegamente a quienes considera sus líderes oficiales desde los movimientos políticos tradicionales, sin poder, ni siquiera intentar, analizar la situación real, sometiéndose sin cuestionar la inmovilidad que nos mantiene subyugados ante una inmoralidad institucionalizada, aceptando sumisamente la imposibilidad de modificar esta torcida realidad, porque les aterra cualquier tipo de cambio.
Este grado de pusilanimidad social es un claro ejemplo de una condición enfermiza y obsesiva que ha logrado estatizar la corrupción, naturalizándola, al extremo que la ha legalizado, hasta el nivel que se ha vuelto un estilo y modo de vida, ya sea entre las élites o entre el vulgo, convirtiendo al país en el actual manicomio, más parecido a un infierno ético, en dónde el bien actuar se considera un mal, o una debilidad personal, y la corrupción es la mejor o única opción, planteándose que quien no caiga en ella simplemente es un gil, o hace parte de esa conspiración internacional, que desde hace mucho tiempo se cierne sobre el país.

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