ENTRE EL MONO Y EL MORO SE IMPONE
EL ORO
Desde hace ya
bastante tiempo venimos observando cómo
las ambiciones de
unos cuantos, transformadas en avaricias individuales,
confluyen hacia las
angustias generales de muchos, quizás de todos,
acelerando las
explosiones y muertes de sueños e ilusiones personales,
que se terminan diluyendo
con la desesperanza que invade a toda una humanidad,
ya cansada de vivir
inmersa en un sistema, donde la vida como tal no funciona,
porque las normas que
sistemáticamente se han impuesto no la incluyen.
Entonces nos
encontramos, por todos partes, con seres humanos derrotados,
intentando sobrevivir
tumbados en las aceras de unas calles duras,
encementadas y
sucias, construidas para que a través de ellas fluyera la vida de todos,
donde apenas alcanzan
a ver pasar raudos los autos de unos pocos,
pero a la vez cansados
de tener existencias deplorables y desechadas,
al no tener ni
encontrar función en la fusión de los intereses financieros
de aquellos que persisten
en construir al mundo sin ellos.
Los llantos y el
dolor de aquellos muchos, próximos a expeler sus últimos alientos,
se pierden entre los
ruidos de las maquinas con que sustituyeron sus esfuerzos,
permitiendo, de esa
manera, mimetizar sus muertes entre los escombros,
que se acumulan sobre
las supuestas vías que impulsarían el desarrollo de una especie,
hoy en día totalmente
sometida al desprecio de los valores originales,
los que sus vidas naturales
originalmente tenían,
comparadas contra unas
escalas materiales, donde su precio se deprecia,
mientras el oro, y
otros metales, se aprecian cada día más.
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