DE CÓMO HEMOS DEJADO LICUIFICAR LA
ESPERANZA
Convencida de no
tener esperanzas, la humanidad ha terminado por declinar
pelear las ilusiones
de una vida mejor, lo que necesariamente ha implicado renunciar
a la justicia y a la
equidad social, convirtiendo a este mundo en un circo,
donde cada quien, en la
arena liquida de sus vidas personales,
luchan sólo por
alcanzar su propia idea de lo que es el bienestar.
Los jefes de los
gobiernos, locales o nacionales,
sean reyes,
presidentes, alcaldes, ministros o gobernadores,
actúan todos como intocables
emperadores,
alzando sus dedos
pulgares a quienes consideran los ganadores de sus favores,
o apuntándolos hacia
abajo para quienes determinan como perdedores,
generando un estado
de confusión generalizado, pues quienes creen ganar
piensan que es
normal, y quienes pierden también, creen que es lo natural.
Con esas fieras luchas,
intestinas y personalizadas,
se ha podido arraigar
unas creencias deshumanizadas,
unas que imponen
políticas desnaturalizadas, con las que habitantes de cualquier lugar,
creen solventar normales
formas de vida, aunque luego tengan que pasar
por encima de los
cuerpos de mendigos, o ya cadáveres,
al fin de cuentas,
solo hacen lo normal sobre un planeta antinatural,
donde las sociedades están
convencidas, y condicionadas,
por unos gobiernos
individualistas, indiferentes e infames,
con la suerte que
corramos todos, incluso ellos, con su estulticia ética y mental.
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