Muchos siglos antes del momento de partida,
en el cual se parte en dos nuestra actual historia,
el supuesto sacrificio de un hombre extraño y sin historia, conocido como Jesucristo,
ya se tenía en consideración qué la más violenta discordia entre personas del mismo pueblo
era mucho peor que la peor de las guerras,
y así lo consignó Heródoto en la historia de su Historia.
Quedando desde entonces establecido que las divinidades no habían sido creadas para reformar lo deformado,
pues ya Zoroastro nos imaginaba como una serpiente que se mordía su propia cola,
dando con ello a entender que el más grande enemigo de todo ser humano
es otro igual que no se quiere poner en los zapatos de aquel otro a quien pretende odiar.
Así es como hoy hordas de individuos recorren los caminos del mundo conocido,
intentando impulsar un odio impuesto en sus mentes como mensajes indulgentes,
industrializando un sentimiento que no tiene parangón ni sentido
en un planeta acelerado por la gravedad de una fuerza centrípeta
que desintegra al futuro de un ser desmedido por no encontrar la memoria en sus actos ni en su historia.
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