ESTAMOS CONSTRUYENDO UNOS RECUERDOS
SIN MEMORIA
Cada día que pasa,
son menos los sonidos naturales que los seres humanos escuchamos,
acostumbrándonos resignados
a captar el molesto ruido de los motores y las maquinas,
al mismo tiempo que
respiramos, con naturalidad, un aire viciado y toxico, qué,
aunque daña nuestros
pulmones, aceptamos convencidos que lo hacemos por un progreso que nos incluirá,
sometiéndonos por
ello a las ilusiones de unos ideales ajenos, que, como individuos,
nunca tomamos
ninguna decisión sobre ellos, y que luego nuestros hijos sufrirán,
de peor manera, las
consecuencias que incipientemente hoy ya todos padecemos.
Son pocos los pájaros
que se ven, y que se oyen, a través de unas paredes que ocultan un cielo gris,
matizado por
escazas nubes, que se forman con la tenue respiración de los contados árboles,
de por sí, deformados
por los cables, y el cemento, que impone el estilo de vida
escogido por los seres
humanos, auspiciando con él la aparición de otros tipos de organismos,
por lo general
invisibles a los enrojecidos ojos de los científicos,
que los miran recelosos
detrás de las lentes de sus especializados microscopios,
intentando
convencerse que son juguetes, aunque hagan un daño letal que suponen ignorar.
Por eso, y mucho
más, en el reloj biológico, la humanidad tiene su tiempo contado,
aunque el espacio
de la Tierra no vaya a desaparecer,
ya que la materia
de su carne se transformará en el polvo que el viento levantará
ante los choques de
calor que se expandirán sobre su suelo,
borrando las evidencias
de unas señales que con tanto esmero elaboró,
creyendo levantar con
ellas un recuerdo que desgraciadamente no posee memoria.
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