SUPURANDO
NUESTRAS BASURAS
Aglutinados en las ciudades, como reos en cárceles y
hacinados,
los seres humanos no podemos ver más allá de los barrotes
de nuestras ventanas,
porque el sol que brilla afuera es tan fuerte que encandila
nuestra visión,
sin embargo, así y todo, nos imaginamos a un mundo externo oscuro
y desolado.
Estando adentro de estas paredes, regurgitamos nuestros miedos
y temores,
mientras comemos las basuras que nos procesan otros sin
control,
para vomitarlas luego sobre el suelo,
donde pisamos mientras caminamos en círculos continuos,
esperando que ese fétido olor que se desprende de ellas no
se nos pegue a la piel,
y que la inmundicia que se arrumaza no se nos vuelva obsesión.
Al final solo aguardamos que de la condena que sufrimos con
pena,
algunos seres se puedan transformar en buitres y en hienas,
para que sean aquellos los que se alimenten de los cadáveres
y las sobras que se acumulan,
limpiando un espacio que está contaminado por nuestras
propias supuras.
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