LA
FALTA DE MEMORIA, EN COLOMBIA, ES UNA TRAGEDIA NACIONAL
En Colombia padecemos un terrible mal, y es la enfermedad
de la corrupción total, en donde la política y la administración pública son
como sus pústulas, pues donde se haga presión emana pus.
Aquí, la ventaja para tanto malandro del erario
público es la tremenda falta de memoria y de sed de justicia en esta sociedad, además
de la pasmosa indolencia con que venimos creciendo, generación tras generación,
escuchando y siendo testigos del robo continuado al que tienen sometido al país
ciertas castas familiares, en contubernio con sus lacayos, sin que se haga nada
distinto que seguir eligiéndolos periodo tras periodo; los que, a la vez, tienen
cooptados los partidos políticos, sin darles posibilidades de cambio y de renovación,
manteniendo entonces, con ellos, los viejos vicios de corrupción e ineptitud,
por los que tanto se han caracterizado, hasta ahora, esos políticos y los
partidos que administran.
Pareciera que el escandalo actual de Odebrecht, por
los altos niveles de corrupción, nos tuviera, a toda la sociedad, en choque y
asombrados, por lo que no queda de más recordar que estamos curtidos de ellos.
En el caso personal tengo fresco un recuerdo de
juventud, cuando estaba aún en el colegio, por allá a principios de los años
70, el cual consistió de un monumental robo que se le hizo a las Empresas
Públicas de Cali, EMCALI, cuando se estipulaba que fueran públicas; el que fue cometido por el gerente de la época y
algunos otros funcionarios, la mayoría pertenecientes a las más egregias
familias de la ciudad, delitos de los cuales salieron impunes, y creo que
algunos hasta el día de hoy viven en Miami, gozando de sus riquezas mal habidas
y en donde son famosas sus fiestas y parrandas, quienes en un acto de “ingenio”,
como nos gusta llamar a las avivatadas, las que igualmente tanto nos gusta
resaltar como ingeniosas, inflaron los precios de todas las compras que hacían para
la empresa, donde una arandela que valía 10 centavos, aparecía luego en cuentas
costando 10 pesos, y ejemplos parecidos, por lo que terminaron robándose, para
esa época y para cualquiera otra, una cifra escandalosa.
Por eso, si hiciéramos un pequeño esfuerzo por
recordar, empezarían a aflorar los innumerables casos que hemos ido olvidando, no
sé si por cansancio, por ineptos, por miedo o por todas las opciones juntas; comenzando
por el robo continuo a los bienes públicos (edificios, casas, lotes, fincas,
haciendas, resguardos), de las tierras baldías, de las empresas de servicios
públicos en todas las ciudades, de los ferrocarriles, de los barcos cuando teníamos,
de los aviones, puertos, telecomunicaciones, mejor dicho, de la infraestructura
en general.
Es como si quisiéramos ignorar que en cada pueblo,
ciudad o departamento igualmente están esparcidas las redes del evidente robo al
que nos vienen sometiendo estos ladrones de “cuello blanco”, pero que extrañamente
son invisibles para aquellos que tienen el trabajo y la misión de descubrirlos
y detenerlos, como las fiscalías, contralorías, procuradurías y demás
dependencias diseñadas para hacerlo, además de contar con la inmensa impunidad que
caracteriza a los jueces y a toda la rama de justicia.
Ante este terrible panorama,
lo único que nos queda es esperar un milagro, y es qué en las próximas elecciones
a las mayorías no dé por tomar otras opciones, y que éstas no terminen saliendo
con los mismos vicios que tanto nos han caracterizado como sociedad, ufff ¡que
dilema y que tragedia!
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