miércoles, 24 de mayo de 2017

LA COLOMBIA QUE CONOZCO



LA COLOMBIA QUE CONOZCO

Colombia, que es una nación muy rica es a la vez triste y desigual, porque se esculpe con el rencor de sus élites, hacia los pueblos y personas que dicen dirigir o administrar.

Es una dura realidad, que se manifiesta en su inestable sociedad, la cual despierta, cada día, con una nueva necesidad, de los que exigen hacer parte de la misma, pero que son acallados velozmente por el feroz ESMAD, una herramienta policial, con la que aplican legalmente el terror y que despliegan cuando éstos, en cada amanecer, intentan reclamar o protestar.

Sus dirigentes, los supuestos referentes de la ética y la moral, utilizan el erario público como una caja menor, despilfarrándolo o acumulándolo en sus cuentas personales, para después escudarse en la pobreza y en la ignorancia que arraigan en las gentes, y así odiar y denigrar de la decrepitud física y mental de un país elemental, al que ellos mismos han construido sobre la miseria de sus acciones y bajo el amparo de un odio general, al que han logrado propagar hasta en la medula de una madre próxima a parir.

Entonces terminan yéndose del país, o viviendo escondidos de los resentidos que reproducen, en la capital, la que antes conocíamos como una Atenas de Suramérica y que ahora reconocemos como la meca de los corruptos, donde en mansiones y en lujosos edificios, casi todos con portones y rodeados de matones, disfrutan de una libertad fingida, la han adquirido con las vidas y alegrías de todos los demás.
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