ESPARCIENDO
SEMILLAS CON VIOLENCIA
Lanzando dardos imaginarios, como aquel que estampa besos
de desprecio, cierto día un campesino, a quien se le veía bastante ofuscado, fue
clavando estacas en su huerto, dejándolas como señal, mientras hundía con
violencia en la tierra el azadón, ahoyando en el lugar preciso donde luego sembraría
una semilla de yuca o de maíz.
Cargaba a cuestas una rabia momentánea, pues quería comerse
viva a su vecina, con la que acababa de discutir por un alambre mal puesto por
aquella, pero la razón iba domando a sus impulsos, por lo que se calmó del todo,
aunque ahora la consideraba su enemiga.
Sin embargo, estando concentrado en estas labores, se topó de
repente y desnuda a la vecina, del otro lado de la cerca, quien se bañaba en la
quebrada, e insolente se abría las piernas para limpiarse donde quedaba su abertura.
Éste, en ese instante, por la sorpresa y la violencia de
aquel acto, no supo cómo reaccionar ni volvió a pensar en el problema de la
cerca, ya que ahora su dilema era que hacer con aquella hermosa y atrevida vecina,
quien ignorante pero altanera lo retaba con su sexo, como a un niño, a quien se
le reta con un bombón.
Sin entender por qué lo hacia ella, ni tampoco él, procedió
a pasar la cerca en busca de aprovecharse de ese momento especial, sin dimensionar
lo que hacía, ni imaginando que terminaría imputado como un estúpido criminal,
ya que fue acusado de inmediato de doble intento de violación a la honra de una
mujer; y a la vez, de quererse apropiar de una fertilidad ajena, por un lado, la
de ella, quien ahora odiándolo esperaba un hijo de él, y por el otro, la de su
tierra, que se quedó sin florecer, por no entender que a la tierra ni a la
mujer no se les trata con violencia ni desdén.
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