DESTRUCTORES DEL
TEMPLO UNIVERSAL
Llevamos mucho
tiempo creciendo, como seres mundanos,
en medio de
ciudades insensibles al dolor y al amor, forradas con cemento y acero,
por lo que, en
ellas, nuestras almas somatizan los sueños en pesadillas sin calma,
surgiendo, en el
centro de este estilo de vida, sentimientos que engendran lugares,
que venimos llamando
hogares, desde donde torturamos nuestros días y vidas.
Nos hemos
conformado con plasmar en sus paredes las imágenes del paraíso perdido,
pintadas sobre los
muros levantados para aislar nuestros pensamientos de la realidad,
inventándonos un
mundo irreal para sentir la felicidad que allí no existe,
sin embargo, la
fuerza de la costumbre tadricionaliza la podredumbre que crece alrededor,
aromatizando al
olor de la muerte, que enseñoreada en los rincones más oscuros
engaña a nuestras
ilusiones, para hacernos ver un paisaje imaginario,
con ríos
cristalinos, aire puro, vegetación deslumbrante, vida palpitante,
iluminado todo este
paisaje por un sol rutilante,
que encandila las
cloacas que hoy contienen los desechos que producimos sin descanso.
Sólo nos ha quedado
rogar, como simples mortales,
por la aparición
del milagro que le dé solución al caos,
rezándole a los mismos
dioses inventados,
parapetados tras la
presencia de los falsos mesías,
disfrazados de científicos,
políticos, financistas y hasta delincuentes,
quienes, asumiendo
el papel de profetas, siguen anunciando a los cuatro vientos,
cantando promesas,
las buenas nuevas que jamás se harán realidad.
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