EN LA VERDAD DE LA MISMÍSIMA TRINIDAD
Sentado a la diestra de
Dios padre, ha estado el hijo que no entiende su rol,
mientras ambos se miran a
los ojos, ninguno de los dos se conmueve del otro,
pero a la izquierda está sentada
una siniestra mujer, hija, madre, amiga y amante,
quien atolondrada ante el
continuo ultraje que padece,
no es capaz de mirar a la
cara a ninguno de los dos,
ya que sabe que deberá esperar
hasta el momento propicio,
aquel en que deje de ser el
simple objeto del deseo sexual,
o el ficticio monumento
que los otros dos dicen que es.
Sin embargo, ha sido el
tiempo el que se ha encargado de correr,
antes de tiempo, el velo
de una rampante impunidad hacia ellas,
con el que los hombres, a
través de la fuerza física,
han venido tapando la única
verdad,
la que les confirma que
son ellos la parte débil de la especie
y que son las mujeres las
dueñas de la claridad que le señala el rumbo a la humanidad.
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