LA
MUERTE DEL MASCOTERO
Parecía que blandiera un cuchillo entre sus dientes,
tan blancos como una concha de nácar,
cuando aquel hombre con demasiada grasa en su barriga,
se alejó de la caja donde debía cancelar lo que acababa de
ingestar,
sin notar que ya lo habían visto varios clientes
que le avisaron de inmediato a la dueña del lugar, como
también a la autoridad.
Con premura puso pies en polvorosa,
que en idioma castizo significa huida,
pero apenas tocar la calle un disparo resonó en sus oídos
al mismo tiempo que le destrozaba el vientre.
Los testigos del suceso no salieron del asombro
cuando vieron que de las tripas de ese hombre brotaba un pequeño
perro,
que al poder volver a respira se puso de inmediato a ladrar
logrando que su dueña lo rescatara de entre la mierda que manaba.
Después que se llevaron al occiso, los vecinos de ese
barrio,
empezaron a entender porque desaparecían sus mascotas,
sobre todo las pequeñas, pues ese hombre se las tragaba
enteras.
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