domingo, 29 de abril de 2018

PIDIENDOLE A PANDORA UNA ESPERANZA


PIDIÉNDOLE A PANDORA UNA ESPERANZA

Hasta el día de hoy no ha nacido, en el planeta, la primera generación de seres humanos que considere que la vida, por ejemplo, de un solo árbol, haga la diferencia entre el hoy y el mañana de la Tierra.
Se sigue considerando que aún no está pasando nada grave y que estamos a tiempo de enmendar todo lo malo que se ha estado haciendo, pues suponemos que ésta preocupación, sobre el futuro general, es compartida por los propietarios de los grandes capitales, quienes con sus iglesias, conglomerados empresariales y emporios industriales son los que más promueven el actual estilo de vida y de producción, a pesar de la destrucción que generan.
Por eso podemos asegurar, que por más que llevemos muchos años hablando, y viendo el deterioro natural, solo hasta ahora se está haciendo conciencia de él, por lo que el punto de equilibrio, entre la solución de la grave situación y el no retorno a los cauces del control, está muy cerca.                                                                       
Sin embargo, la toma de la decisión, de cuándo es que hay que cambiar el rumbo, sigue en manos de los dueños del poder, y no en las de una humanidad que aterrada no sabe cómo hacer que estos recapaciten; para que entiendan de una buena vez que se deben implementar unas nuevas formas de explotar los recursos y las capacidades del planeta. Pero sin que los rendimientos financieros o económicos tengan más valor que la utilidad o la función de los seres y las cosas. Ante tantas incertidumbres, mientras tanto, las personas encuentran en el trago y las drogas, los escapes necesarios para aguantar tan cruda realidad.
Pero el mayor problema radica en la indecisión de la humanidad, sobre el origen y la funcionalidad de todo, pues seguimos girando sobre la importancia, o no, que tienen los demás seres vivos en la Tierra, y por la relación que seguimos manteniendo con todos ellos, ya que, al seguirlos considerando inanimados, sin importancia o sin sentimientos, nos atribuimos el derecho a decidir por ellos, pero sin conocer absolutamente nada sobre ellos.
Serán entonces las nuevas generaciones, quizás las que estén apenas naciendo hoy, las que tendrán que decidir por su futuro cuando ya no lo tengan, quienes igualmente deban intentar el cambio de ese rumbo cuando ya sea muy tarde, pues siendo padre de dos hijos, uno de 41 años y el otro de 25, y viéndolos más preocupados por sus propias vanidades en sus vidas, que, en las necesidades del mundo compartido, encuentro e interpreto en sus ejemplos de vida una tendencia muy difícil de modificar, aunque como decía Pandora, cuando se abrió su caja de desastres y demonios, que la esperanza siempre será lo último que se pierda.
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