COLOMBIA,
UN PAÍS ENTRE LO PATÉTICO Y LO PERIPATÉTICO
Hoy en el mundo no hay país más peripatético que
Colombia, pues somos una nación que tristemente se debate entre los extremos de
lo bueno y lo malo, en todos los ámbitos que impliquen seriedad, imperando, para
desgracia de la mayoría, casi siempre lo malo.
Empiezo por decir que el peor obstáculo, de una
sociedad, es coexistir sin respetar ningún tipo de autoridad, y esto en nuestro
caso es nuestro principal problema, ya que nos mantiene sin rumbos fijos y
comunes, pues aquí en un aparente clima de normalidad las actividades diarias
se mueven en un trasfondo permanente de ilegalidad, nada es lo que aparenta ser,
ni la historia, ni las leyes y las normas, mucho menos unos documentos o unas
facturas; hemos estado por mucho tiempo acostumbrados a falsear la realidad, y por
eso es normal y aceptable conseguir las cosas, y los logros, a través de los
chancucos, las trampas y los atajos; desde el presidente del país hasta el
mendigo más humilde se comportan así, generando una terrible desconfianza
general, por lo que igualmente creo que por esto en Colombia nadie cree en
nadie, haciendo casi inviable la cohesión social.
El asunto ha tomado un cariz más que preocupante, pues
es dramática la falta de confianza de todos los ciudadanos y habitantes de
Colombia en cualquier acto o tema que impliquen algún tipo de gobernanza, es
una característica nacional que se aprende desde casa, donde aprendemos desde
niños a violar la autoridad paterna, quienes irresponsablemente no la imponen
que hasta terminamos por ignorar u odiar a los abuelos, sé que existen excepciones,
pero son tan contadas que aquí lo que debiera ser normal se convierte en
extraordinario, como cumplir la ley, por ejemplo.
La descomposición ética y moral abarca desde el congreso,
las asambleas y concejos, con los políticos a la cabeza, siendo piezas
esenciales de los engranajes para el buen funcionamiento de un país, hasta los
gobiernos con sus instituciones descompuestas, con el ejército, la policía, y absolutamente
todo lo que represente autoridad gozando de una total desconfianza, ya que estos,
como todos los demás aspectos de la sociedad, se mueven en un ambiente donde la
doble moral, la hipocresía, la avaricia, el egoísmo, son las bases en que se han
ido edificando las relaciones y los negocios.
En este ambiente tan relajado es donde pequeñas minorías,
ya sean estas bandas delincuenciales, sectas religiosas o movimientos políticos,
logran sacar provecho y ventajas importantes para su mal uso y su propio beneficio,
por lo que creo, remarco e insisto en que es esencial intentar lograr la
participación de las mayorías en estos temas, cruciales para cualquiera en su propia
intimidad.
El inconveniente en este tipo de procesos purgatorios,
en cualquier comunidad, radica en quien empieza dando el primer ejemplo, aunque
en todas partes se ha considerado que éste siempre debe empezar desde arriba en
cualquier escala de valor y de poder, por eso, por ejemplo, en una familia los parámetros
morales y éticos los deben dar los padres, en una empresa los dueños o
gerentes, en un país el presidente, sus ministros y el congreso, en una
sociedad los más pudientes y prestantes.
Es por eso que resulta tan patética nuestra descomposición
social, porque son precisamente los estamentos superiores de nuestras escalas
de valores y poderes los que vienen mostrando y enrostrando el mal ejemplo por
doquier, con una corrupción que raya en lo ridículo y con un país al que han marcado
con un escepticismo exagerado.
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